La enfermedad del alcoholismo

«Pocas veces hemos visto fracasar a una persona que haya seguido completamente - nuestro ca­mino.» Esta afirmación, que comienza el capítulo 5 del Gran blog de Alcohólicos Anónimos es tan exacta hoy como lo fue en el momento de su pri­mera edición en 1939, cuando el número de miembros de AA alcanzaba el centenar. El desafío de hoy, igual que en 1919, es cómo conseguir que el «camino» sea «completamente recorrido».
Las páginas Siguientes constituyen nuestro es­fuerzo para, modestamente, ayudarle a usted o permitirle ayudar a alguien a lo largo del magní­fico camino ha§ia la sobriedad, la salud y la feli­cidad.
Al tratar áirectamente o supervisar el trata­miento de miles de alcohólicos hospitalizados ob­servamos que nuestros pacientes debían cumplir tres objetivos o procesos para lograr su recupe­ración. Primero, debían autodiagnosticarse; segundo, debían asumir la responsabilidad del trata­miento de su enfermedad; y tercero, debían apren­der cómo usar el Programa o Pasos de Alcohólicos Anónimos para una recuperación ininterrumpida y definitiva. Si se omitía alguno de estos tres proce­sos nuestro paciente, en la mayoría de los casos, recaía.
Descubrimos que el modelo fisiológico o de enfermedad crónica para el alcoholismo era el de uso más fácil para el paciente en el momento de autodiagnosticarse y responsabilizarse. Transcu­rrido el tiempo, la investigación ha demostrado que éste es el modelo exacto para el alcoholismo, un proceso fisiopatológico crónico que se trans­mite genéticamente. Nuestros pacientes pueden identificar sus síntomas con el modelo fisiopatoló­gico crónico y por consiguiente autodiagnosti­carse. Ciertamente es más fácil para una persona comprender que es responsable del tratamiento de una enfermedad fisiológica y no de un pro­blema mental o de conducta. Normalmente, esta­mos acostumbrados a tratar gripes, resfriados y sus variados síntomas y molestias a lo largo de la mayor parte de nuestra vida; son pocas las perso­nas que acuden al médico por un simple catarro. Pero nuestros pacientes podrían autodiagnosti­carse completamente y recaer si no utilizan el Programa de AA para una recuperación ininte­rrumpida y definitiva.
Si usted ha leído el blog Alcohólicos Anónimos o Gran blog, como a veces se lo conoce, sabe que los Doce Pasos es el programa de Alcohólicos Anó­nimos, y sabe que tiene poco que ver con una en­fermedad fisiológica. En realidad, sólo el Primer Paso dice algo acerca del alcohol. Los que alguna vez han usado estos Pasos como programa de recu­peración ya saben cómo se emplean en la enfer­medad fisiológica del alcoholismo. Pero para una persona que está enferma en un grado tal como para ser desintoxicada en un hospital, es penoso hacer la conexión entre los Pasos de AA y el pro­ceso de la enfermedad.
Hay un punto que debe ser subrayado: no esta­mos tratando de reescribir los Doce Pasos ni de reinterpretarlos. El Programa ha sido suficiente­mente eficaz como para ayudar a más de un millón de personas a recuperarse de esta enfermedad po-tencialmente fatal. Con el tiempo toda persona en el programa de Alcohólicos Anónimos debe deci­dir qué significan para ella esos pasos, y por lo que hemos oído de nuestros miles de amigos en AA, el programa es ligeramente diferente para cada per­sona.

Algo no marcha bien cuando bebo

Primer Paso Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas eran incontrolables
Evidentemente, nadie que esté en su juicio inten­tará resolver un problema a menos que crea que éste existe. Todo tratamiento efectivo del alcoho­lismo debe basarse en el reconocimiento del alco­hólico de su propia enfermedad.
Este reconocimiento, de impotencia y de una vida descontrolada, es la piedra angular del Pro­grama de los Doce Pasos. Sin ese reconocimiento el alcohólico comprobaría que es casi imposible utilizar los Pasos restantes con éxito.
¿Por qué?
Para comenzar, el alcohólico probablemente todavía bebe y nada, absolutamente nada, inter­fiere en la claridad de ideas, buen juicio y la acción eficaz de una manera tan poderosa como el ciclo de intoxicación y abandono.
De este modo hemos llegado a creer, junto a muchos alcohólicos en recuperación que conoce­mos, que toda la capacidad de un alcohólico para restablecer su cordura a través de los Doce Pasos depende del reconocimiento de la necesidad de una abstinencia total. Creemos que algunas medi­das poco eficaces, como la sustitución de alcohol por tranquilizantes o la alternancia de pequeñas «recaídas» con períodos de abstinencia, son casi tan destructivas como la ebriedad permanente.
Sin abstinencia, el alcohólico puede sentirse un poco mejor pero en realidad no se siente «bien».
Sólo se menciona el alcohol en el Primer Paso y su significado es claro: en él reside la idea funda­mental para conseguir la abstinencia ininterrum­pida.
Tal vez, más que en cualquier otro modelo de alcoholismo, el modelo de enfermedad crónica considera la abstinencia como un prerrequisito para la recuperación, ya que los procesos fisiológi­cos asociados a la enfermedad son en gran medida involuntarios. En pocas palabras, cuando el orga­nismo del alcohólico entra en contacto con el al­cohol o drogas similares, tiene lugar un proceso patológico que comienza a ejercer una reacción corporal.
Mediante el control de esta reacción, la enfer-
medad provoca en el alcohólico el deseo del alco­hol y la recurrencia al mismo.
El alcoholismo dice al alcohólico cuándo, dónde, con qué frecuencia y cuánto debe beber. El alcoholismo hace del alcohol la única medicina eficiente contra el estrés y las tensiones del bebe­dor. El alcoholismo lleva al alcohólico a poner la bebida por encima de cualquier otro interés y hace que la víctima beba a pesar de los problemas que le causa la bebida.
La progresión de esta enfermedad, a la larga, deja al alcohólico indefenso bajo el poder del al­cohol, haciendo que pierda todo control sobre su vida. Y es la capacidad para reconocer y admitir esta realidad la que motiva la recuperación.
He aquí cómo el alcoholismo produce este grado de impotencia y falta de control.

Síntomas de impotencia

Tolerancia
Los alcohólicos tienen fama de consumir alcohol en cantidades mayores que la normal sin que su sobriedad se altere de manera perceptible. Esto es un síntoma de tolerancia alcohólica.
En nuestra sociedad la tolerancia se considera como una ventaja social antes que como un posi­ble síntoma de alcoholismo. En efecto, es una ventaja para el bebedor ser capaz de consumir una considerable cantidad de alcohol en el transcurso de una noche sin dormirse, ofuscarse o ser desa­gradable con los demás.
Muchos ven esto como un indicio de una fuerza de voluntad superior o de firmeza de carác­ter y comprensiblemente nos preocuparemos más por una persona que se embriaga que por otra que permanece sobria.
Durante la mayor parte de la historia, la medi­cina dio por sentado que la legendaria gran to­lerancia del alcohólico era invariablemente el re­sultado de beber en exceso. Pero para muchos alcohólicos, esta tolerancia aparece relativamente pronto en su formación como bebedores, y en rea­lidad sirve para estimular el consumo de cantida­des de alcohol cada vez más grandes.
Si la bebida no entorpece tus actividades, ¿por qué no beber más? Esta tolerancia no deja ver al al­cohólico, ni a aquellos que lo rodean, el aumento de la cantidad o la frecuencia con que bebe.
En realidad, la tolerancia alcohólica es, proba­blemente, una adaptación compleja del cerebro y el hígado al alcohol, y posiblemente esta adapta­ción comienza pronto en el proceso de la enfer­medad.
Como otras facetas del alcoholismo, la toleran­cia tiende a cambiar a medida que la enfermedad avanza. Después de años de «protección» contra los efectos sedantes y embriagadores del consumo
excesivo de alcohol, la tolerancia puede abando­nar al alcohólico, y éste descubre que ahora tiene ataques de embriaguez, perceptibles para todos los que lo rodean, incluso si bebe menos que hace unos pocos años.
Así como el alcohólico es impotente ante la to­lerancia, también lo es para deshacerse de ella.

Dependencia física

El segundo indicio del avance del alcoholismo es la aparición de síntomas de dependencia física.
Como muchos aspectos de esta enfermedad, los síntomas de dependencia son ligeros al co­mienzo, y empeoran según avanza la enfermedad.
Los primeros indicios de dependencia física son insomnio, ansiedad, irritabilidad, y náuseas, especialmente después de las comidas. El alcohó­lico atribuye estos síntomas al estrés, las resacas, un resfriado, o a la gripe.
Más tarde, la ansiedad puede convertirse en ataques paralizantes de un miedo inespecífico que sólo un trago parece aliviar. Además el insomnio ocasional puede llegar a ser crónico y el alcohol es el único remedio efectivo.
Las náuseas pueden transformarse en vómitos diarios, a menudo con el estómago vacío. La irrita­bilidad se torna constante, y va acompañada por un temblor de manos que se podría identificar como un síntoma de alcoholismo.
El efecto virtual de la adicción física es el cam­bio del motivo que tiene el alcohólico para beber. El alcohol ya no es un pasatiempo o una droga para estimular la sociabilidad. Ahora se ha conver­tido en una medicina.
El alcohol funciona mejor, más rápido y más efectivamente que cualquier medicamento porque el organismo se ha adaptado a él. Aunque algunas personas no lo sepan, el alcohol es tan efectivo precisamente porque estas personas se han con­vertido en alcohólicas.
Es fácil darse cuenta de cómo la dependencia dicta la cantidad de bebida y su frecuencia. El al­cohólico bebe tanto como necesita para calmar su sistema nervioso perturbado por la abstinencia no sin antes contrapesar esta necesidad fisiológica con la compulsión por la bebida dentro de lo so-cialmente aceptable. Si beber en las horas de tra­bajo se traduce en la pérdida del mismo, usted probablemente se resistirá a beber en esas horas.
Pero cuando sale de su trabajo, una copa será su primera preocupación. Y a medida que la de­pendencia aumenta, la «bebida socialmente acep­table» llegará a ser irrelevante, y la necesidad fisio­lógica de alcohol, arrolladora.

Pérdida de control

Para muchos alcohólicos el síntoma final e incues­tionable de impotencia es la pérdida de control.
Esta aparece generalmente en tres áreas princi­pales: cantidad, tiempo y lugar, y duración del des­control.
Supongamos que un alcohólico asiste a una fiesta con la intención de beber solamente algunas copas. En cambio, bebe hasta un punto que ex­cede su tolerancia e intenta conquistar a la mujer de un amigo suyo.
En realidad, él no quería emborracharse, in­cluso habría preferido no haber tenido que pasar por ese mal trance, pero lo hizo. Esto es un sín­toma de pérdida de control sobre la cantidad de bebida.
Supongamos, por otra parte, que como resul­tado del episodio relatado y otros semejantes, pro­mete a su mujer que se abstendrá completamente de beber durante un mes. Pero descubre que la vida sin alcohol es tan desdichada que bebe a es­condidas cada vez que puede, cuidando de que su mujer no lo descubra. Y entonces, para poder beber un sábado que pasa en casa con la familia, tiene que hacer varias excursiones al garaje para «verificar la batería del coche», o pretextos simila­res. Mientras está allí bebe algunos tragos de su provisión secreta de coñac; o tal vez haya escon­dido una botella en el cuarto de baño para que lo ayude a sobrevivir a un plácido y tranquilo fin de semana en casa con los niños.
Ese es un síntoma de pérdida de control sobre el tiempo y el lugar de la bebida: generalmente en nuestra sociedad no se confunde el depósito del retrete con el mueble bar.
Otro ejemplo: imaginemos una alcohólica que aguarda la vuelta de su marido de un viaje de ne­gocios.
«Beberé unas copas el jueves, se dice. Cuando él llegue el viernes por la noche no habrá ni una botella a la vista y jamás se dará cuenta.»
En cambio, él la encuentra dos días después, aturdida en el sofá de la sala y rodeada de bote­llas.
Ella no lo había planeado así.
Como el primer centenar de alcohólicos en AA eran bebedores empedernidos, muy avanzados en el desarrollo de su enfermedad, todos habían ex­perimentado pruebas inequívocas de pérdida de control. Tal vez por esta razón escogieron el tér­mino «impotente» para describir su relación con el alcohol.
Estamos convencidos de que los orígenes de esta impotencia se encuentran en la tolerancia fí­sica al alcohol que puede comenzar años antes que los síntomas evidentes de pérdida de control.

Los olvidos del alcohólico

Una cosa es ser violento, hacer tonterías o algo pe­ligroso mientras se está borracho. Otra cosa es ha­cerlo y luego no recordarlo.
Es difícil creer que un bebedor que no recuerda lo que hizo o dijo mientras estaba borracho tenía un dominio completo de sus actos. Tal vez lo tenía o tal vez no.
A veces oímos decir a un alcohólico: «¿Y qué si se me fue el santo al cielo?, me comporté correcta­mente, ¿no?».
Lo que equivale a decir: «¿Y qué sk me puse de­lante de un autobús? Él me esquivó, ¿no?»
Hay millones de historias de amnesia de AA, pero una de nuestras favoritas es la de una mujer que, no habiendo bebido durante tres meses, de­cide asistir a un cóctel con su marido. Vestida ele­gantemente y llevando unas empanadillas calientes en upa fuente cubierta, tomó un taxi para reunirse con su marido en la fiesta. En el camino decidió de­tenerse^ y tomar un par de copas en un bar.
Unas horas más tarde, se despertó de un pro­fundo sueño en la sala de espera de un aero­puerto. Horrorizada, preguntó a un empleado dónde podía tomar un taxi, pensando en qué diría a su marido por no haber ido a la fiesta.
El empleado le contestó en un idioma desco­nocido para ella. Había volado a París. Las empana­dillas, nos contaba después, estaban frías.

Deterioro fisiológico

Si hay algo que atemoriza al alcohólico es la posi­bilidad de tener una enfermedad como la cirroris hepática. Pero esta enfermedad refleja sólo una pequeña parte del deterioro fisiológico que acom­paña al alcoholismo.
El alcoholismo es la causa, directa o indirecta­mente, de más ingresos hospitalarios que cual­quier otro factor. Sin embargo esta implicación puede no ser evidente porque frecuentemente in­gresan alcohólicos en el hospital con un diagnós­tico que no es el de alcoholismo.
No nos engañemos: un número significativo de víctimas de ataques cardíacos son alcohólicos. También lo son muchos de los ingresados por úl­ceras, pancreatitis, gastritis, problemas pulmona­res y un sin fin de enfermedades.
Muchos internos con lesiones cerebrales en unidades para patologías crónicas, que ni siquiera pueden recordar su nombre llegan a ese estado a causa del alcoholismo.
Por más que una enfermedad física pueda ate­morizar a un alcohólico, lo más probable es que sin un trftamiento específico para alcoholismo, éste siga bebiendo aunque tenga otra enfermedad.
¿Per qué? Porque ésa es la naturaleza del alco­holismo y es otro excelente ejemplo de hasta qué punto un alcohólico llega a ser impotente ante el alcohol.