Apoyo crítico

Quinto Paso Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser hu­mano la naturaleza exacta de nuestras faltas.
Si en el Cuarto Paso usted ha sido hasta cierto punto «audaz y penetrante», sin duda habrá apren­dido bastante acerca de su propia manera de ac­tuar.
Al examinar su conducta pasada en busca de mecanismos de defensa, indudablemente encuen­tra indicios de negación, racionalización, minimi-zación y todo lo demás en donde menos lo espe­raba. Seguramente habrá tropezado con los juicios irracionales que enumeramos junto con figuracio­nes similares de su propia invención.
La calidad de su inventario dependerá mucho del estado mental y emocional que tenga cuando lo efectúe. Un Cuarto Paso hecho con seis semanas de sobriedad es muy diferente del que ha comple­tado la misma persona a los seis meses de seguir el Programa. ¿Por qué?
Simplemente porque usted ha cambido y su funcionamiento psicológico mejora con el paso del tiempo dado que ya no hostiga ciegamente su cerebro con alcohol u otras drogas. Esta es la razón por la cual llamamos a esto «recuperación».
Al finalizar el Cuarto Paso (sea cual sea su es­tado mental) usted lleva a cabo dos cometidos va­liosos que contribuyen a su restablecimiento.
Primero usted concentra su atención en sí mismo, muy especialmente en su consumo de al­cohol.
Si usted se parece a la mayoría de alcohólicos, esto contrasta con su actitud previa a su entrada a AA. En ese momento su atención estaba general­mente concentrada en todo y en todos pero «jamás» en su bebida.
Segundo, el Cuarto Paso le permite valorar, en la forma más positiva para usted, las fuerzas y de­bilidades relativas de su propio programa, te­niendo en cuenta las realidades que suponen el tratamiento del alcoholismo. He aquí un ejemplo.
Conocimos a un hombre que pasó algunos pe­ríodos dentro y otros fuera de AA (o como se dice a menudo, «dando vueltas» al Programa) durante un año aproximadamente. Asistía a las reuniones
regularmente y parecía tener ganas de que todo sa­liera bien, pero siguió teniendo recaídas de una semana de duración cada tres meses. Cada recaída era, naturalmente, más dolorosa que la anterior y aunque sólo bebía unas cuantas semanas durante el año, parecía tener más problemas relacionados con el alcohol que cuando bebía diariamente.
Ante la insistencia de su padrino, siguió ade­lante y probó el Cuarto Paso, y enseguida fue capaz de identificar su problema.
Se había casado, según supimos, en el seno de una numerosa familia italiana que era aficionada a organizar, a la menor ocasión, alegres fiestas rega­das con vino. Él y su esposa siempre asistían a ellas porque ambos disfrutaban en compañía de sus familiares y no querían ofenderlos.
Aunque nuestro amigo alcohólico era capaz de no beber alcohol en las fiestas, descubrió, después de un examen más minucioso, que sus «deslices» generalmente ocurrían una semana o dos después de una de estas celebraciones. Solía sentirse un poco afligido, abatido e irritado ante la idea de tener que asistir a las reuniones de AA.
-Comenzaba por sentir que era injusto que me tuviera que comportar como un fanático de AA, sólo para estar sobrio. Luego pensaba, ya sabe, que nunca bebía tanto como lo hacían algunos de los parientes de mi mujer.-¿Por qué ellos no tienen problemas y yo sí?
»Y después pensaba: si le dijera a esta gente de AA lo que estoy pensando me dirían que dejara de ir a las fiestas. Pero está claro que no tienen nin­gún derecho a exigirme esto. ¡No abandonaré a mi familia sólo porque unos alcohólicos me lo digan! ¡Estos de AA son unos manipuladores y estar con ellos es como estar en las Juventudes Hitlerianas! ¿Sabes qué haré? Me las arreglaré yo solo y no permitiré que una cuadrilla de borrachos me mande.
Sin poder evitarlo, se emborrachaba un par de días más tarde. El Cuarto Paso le reveló el pro­blema: su asistencia a las fiestas familiares sacaba a relucir todo el resentimiento y toda la autocompa-sión que guardaba.
Otra cosa que mucha gente descubre en el Cuarto Paso es que han estado haciendo responsa­ble de su conducta a otras personas, a menudo du­rante años enteros.
Un hombre puede descubrir que ha estado cas­tigando a su mujer durante la mayor parte de su matrimonio por ser ella la causa de su deseo de beber. Cada vez que tenía problemas con el alco­hol le echaba la culpa a ella por su frialdad, sus quejas o imperfecciones similares. Ella llega a ser la zorra de quien se lamenta a todo el que quiera escucharle, generalmente mientras está sentado en el taburete de un bar. Más tarde, durante el tra­tamiento, descubre con horror que el alcoholismo es una enfermedad y que ella no es culpable de su afición a la bebida.
Por consiguiente también se da cuenta de que además de sufrir por la bebida, ella también ha su­frido por haberla culpado de su inclinación al al­cohol.
Sólo ahora ve el problema: además de ser un al­cohólico ha actuado durante años como si los demás lo obligaran a beber. Sin embargo ahora se pregunta: ¿Podrá ella perdonarme alguna vez? ¿Acaso no me odia con todas sus fuerzas?
Antes, la certidumbre repentina del engaño a sí mismo, y la culpa que trae consigo, hubieran sido tratados inmediatamente con más alcohol. Pero ahora ha decidido no hacerlo; ha aprendido que así no resuelve nada.
Ahora está en posesión de algo que se parece a la verdad sobre sí mismo y sobre su comporta­miento pasado. Ha visto, a través del Cuarto Paso, no sólo cómo funcionan sus defensas, sino tam­bién el daño que pueden causar. Y se pregunta qué hará con las nuevas cosas que sabe de sí mismo, cómo puede vivir con ellas y usarlas pro­ductivamente.
El Quinto Paso es la respuesta. Y éste consiste en tres actos de aceptación diferenciados.
El primero está relacionado con Dios. Ya hemos dicho que «Dios» puede ser cualquier Poder Superior que se elija. Si su Poder Superior es su grupo de AA, entonces puede optar por admitir sus errores ante los sistemas del mismo.
El segundo está relacionado con usted mismo.
Se le pide que aprenda a llamar a las cosas por su verdadero nombre, sin endulzarlas. Si alguna vez maltrató a su pareja o a sus hijos, entonces dígalo, con esas mismas palabras.
La cuestión, al fin y al cabo, es comprender la realidad del alcoholismo en toda su crudeza y en la amplia gama de consecuencias que ha signifi­cado para su vida.
Es a través de esta realidad que se acepta la existencia de la enfermedad y llega a sentirse a gusto con la necesidad de tratarla.
La tercera aceptación es la de otro ser humano. Le sugerimos que escoja a alguien en quien usted confíe para decirle la verdad. Puede ser un amigo íntimo, tal vez alguien en AA¿ a quien admire, res­pete y crea. Incluso podría ser alguien práctica­mente desconocido. Sea quien fuere debería ser una persona de quien usted pueda aceptar una crí­tica.
Muchos en AA utilizan a su padrino para el Quinto Paso. Si usted no tiene padrino, vuelva al Cuarto Paso y trate de descubrir por qué.
Tal vez usted esté tratando de desembarazarse del compromiso que trae consigo la relación entre el padrino y el recién llegado. Tal vez esté bus­cando a un gurú antes que a un padrino o tal vez usted es un egoísta que no cree que alguien le pueda enseñar algo.
Una utilidad importante del Quinto Paso es que quema algunos puentes claves entre usted y
aquel antiguo alcohólico, enfermo y anclado en las defensas que usted solía ser. Naturalmente, será difícil volver a sus gastados pretextos después de ser más consciente de lo que le pasa.
El Quinto Paso, en este sentido, cierra una puerta al pasado mientras abre una nueva al pre­sente. Ahora está comprometido en un diálogo vivo con su Poder Superior, con un tercero y, lo más importante, con usted mismo.
Esto refuerza su propia imagen no sólo como un alcohólico, sino de un modo más relevante, como un alcohólico que se está recuperando pro­gresivamente.
A los psicólogos les gusta hablar de la «escasa autoestima» del alcohólico. Los Doce Pasos lo pue­den remediar si usted lo permite.

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