El mensaje

Bien, tal vez lo que hemos descrito no consta tuye una seftal de Dios pero sin duda debe de tener algo que ver Ion ella.
La dificultad de tratar el alcoholismo, como otras enfermedades crónicas o incurables, no re­side tanto en comenzar la recuperación sino en mantenerla. El Duodécimo Paso sugiere que la mejor manera de aprender es enseñar.
¿Y quién mejor para aprender que otros que sufre esta misma enfermedad? ¿Quién sino ellos se pueden beneficiar de la experiencia y conoci­miento que usted les puede aportar? No fue sino de este jpnodo en que la idea de fllevar el mensaje» nació y se transformó en parte de la estructura de AA.
Algunos cronistas de AA creen que la mayor contribución de Bill Wilson al nacimiento de AA fue su comprensión de que si un alcohólico dedi­caba tiempo y energía para ayudaría otro a dejar la bebida, luego ese «ayudante» podría dominar la si­tuación aún si el «ayudado» se emborrachaba, ya que él mismo había sido capaz de hacerlo pasando un día más sin probar alcohol. Se trata de una sim­ple y profunda intuici&n.
Llevando a otros el mensaje de sobriedad, el al­cohólico también se lo lleva a sí mismo.
En cuanto a esto, el Dudécimo Paso está curio­samente ligado al Primero. Al ofrecer su ayuda al alcohólico sufriente, el miembro de AA se enfrenta con sus propias experiencias pasadas de impotencia y debilidad, y debe recordar las dolorosas cir­cunstancias que lo llevaron a AA.
Esta es una experiencia crítica ya que es muy humano olvidar una experiencia desagradable tan pronto como se puede.
Imagínese como paciente en una sala de des­habituación al alcohol en un hospital. Padece unos temblores tan intensos que no puede sostener una taza de café. Cree que su estómago dará un brinco hasta la garganta y cada músculo del cuerpo le atormenta. Casi no es capaz de ir por sus propios pies al lavabo.
En medio de este sufrimiento se hace una pro­mesa. «Jamás olvidaré esto, jura. Jamás olvidaré lo mal que me siento. Si alguna vez siento la tenta­ción de beber, este recuerdo me detendrá.»
Al cabo de tres meses, ya repuesto, se sienta en un bar acompañado de un amigo y reflexiona sobre la copa que acaba de pedir.
-¿No será mejor que no la bebas? -le pregunta su amigo-. Recuerda lo que dijiste cuando te die­ron de alta en el hospital.
-Ya lo sé -responde-. Pero no he bebido du­rante bastante tiempo y ya no estoy tan enfermo. Además tampoco estaba tan mal y el alcohol no me dominaba.
Pasan tres meses más y a pesar de todos sus es­fuerzos, está otra vez en el hospital haciéndose la misma promesa.
Esta es la paradoja del alcoholismo, y también de las enfermedades crónicas como las cardíacas, la diabetes y el enfisema.
Cuando está bajo control, el alcohólico ha de­jado de beber, el diabético utiliza la insulina, el enfisémico respira con facilidad, es difícil recordar lo mal que uno lo pasaba cuando no estaba en tra­tamiento.
El Programa de los Doce Pasos prevé esta posi­bilidad sugiriéndole que recuerde la gravedad de su dolencia a través del sencillo procedimiento de recordársela a otros.
En realidad la parte más positiva de los Doce Pasos se encuentra en las últimas palabras del Paso final.
Estas son: «...y de practicar estos principios en todos nuestros actos».
Resumiendo, utilizar las ideas expuestas en los Pasos no sólo con relaciónal alcoholismo sino con relaciófi a todo lo que se haga.
Esto refleja el verdadero origen del Programa de Pasos de AA el cual fue adaptado del Oxford Movement. Este era un grupo de personas de todas las esferas sociales que un día decidieron vivir de una manera más saludable y satisfactoria.
No estaban motivados por los estragos que causa el alcohol sino que sólo se propusieron ser mejores personas.
Evidentemente los Pasos pueden ser emplea
dos en casi todos los aspectos de la vida obser­vando los conceptos que subyacen en cada Paso.
Sabemos de algunos psicólogos que llamarían a esto proyecto de salud mental.
Por lo tanto es útil recordar que los Pasos no se proponen sólo ayudarlo a abandonar la bebida. También lo pueden ayudar a vivir sin la bebida, algo que algunas personas no comprenden.
Un psicoanalista que conocemos nos envió un paciente a nuestra consulta. Esta persona había es­tado en terapia durante cinco años, y había dejado de beber hacía un año por las razones habituales, amenaza de divorcio, pérdida de empleo y cosas semejantes. Acudió a AA durante tres meses, ape­nas dejó de beber pero dejó de asistir tan pronto como dejó de sentirse ansioso por el alcohol. De­safortunadamente un sentimiento casi constante de frustración e insatisfacción con la vida, y espe­cialmente con su propio lugar en ella, no le aban­donaba.
Le sugerimos que volviera a AA.
-¿Para qué? -respondió-. He dejado de beber. ¿Qué sentido tiene ir a AA si no bebo?
-¿Pudo reparar en la cantidad de gente que asiste a esas reuniones? -le preguntamos.
-Claro que sí -nos dijo.
-¿Bebía alguno de ellos?
-No -admitió.
-Entonces, ¿por qué cree que acuden a las reu­niones?
Le dejamos reflexionando sobre esto.
A pesar de que hay muchos alcohólicos que ingre­san en AA y se recuperan, todavía existe una ten­dencia entre algunos observadores de fijarse sólo en aquellos que fracasan en la recuperación.
Es este fenómeno, en combinación con el con­cepto erróneo de que el alcoholismo por alguna razón no es una enfermedad, el que ha estigmati­zado injustamente al alcohólico entre otras vícti­mas de enfermedades crónicas.
El hecho es que desde un punto de vista clí­nico, el alcoholismo no es más difícil de tratar que la diabetes, el enfisema, o las enfermedades car­díacas, y la proporción de recaídas entre alcohóli­cos puede ser en realidad más baja que entre los pacientes de esas otras enfermedades.
Creemos que algún día veremos los principios y la estructura de AA, incluyendo el Programa de los Doce Pasos, adaptados al tratamiento de tales enfermedades. Nuestro criterio es que una rela­ción de autoayuda para enfermos cardíacos podría ser de gran utilidad no sólo a esos pacientes sino también a los médicos que los atienden.
La dificultad con la que se enfrenta la medicina es muy clara y es tan antigua como el mundo. Cuando no podemos curar una enfermedad, nues­tra única esperanza reside en enseñar al paciente a vivir lo mejor que pueda con ella.
El término médico que designa esto es «cola­boración del paciente», como se podría encontrar en la frase «el pronóstico es bastante bueno, de­pendiendo de la colaboración del paciente con el tratamiento».
Este es el aspecto médico de enfermedades crónicas sobre el que no tenemos ningún control.
Sí, el medicamento ayudará, si el paciente lo toma.
Sí, la gimnasia facilitará la respiración, si el pa­ciente la pone en práctica.
Sí, la disminución del estrés y los ejercicios ha­bituales reducirán las posibilidades de nuevo ata­que cardíaco, siempre y cuando el paciente no re­tome sus actividades anteriores.
En el pasado los médicos podían hacer muy poco más que dar algunos consejos a sus pacientes sobre lo que debían hacer y prevenirlos contra las consecuencias si no seguían sus instrucciones.
A veces esto funciona, pero lo cierto es que muy a menudo no tiene ningún efecto. Esta es la causa por la cual muchas personas sufren otro ata­que cardíaco. Esta es la causa por la cual muchos alcohólicos vuelven a la bebida.
Si nos dejan hacer lo que queremos, nos incli­naremos a hacer aquello que siempre hemos hecho.
Es casi como si existiera una especie de «dejar­nos hacer> que lucha contra nosotros cuando de­bemos cambiar. Es como si esta inercia nos empu­jara en la misma dirección que la que habíamos estado siguiendo, incluso si en eso se nos fuera la vida.
AA descubrió que aquello que los alcohólicos no podían hacer por ellos mismos, podían hacerlo si trabajaban juntos. Una enfermedad que se resis­tía a todos los esfuerzos individuales podía ser controlada dentro de un contexto de camaradería y con un sencillo programa de recuperación.
Y eso funcionó y creció hasta llegar a ser lo que conocemos como los Doce Pasos.
Y esto, más que cualquier cosa, es el regalo de AA a la humanidad.

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