Diciendo adiós al pasado

Noveno Paso Reparamos, directamente a cuantos nos fue posible, el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo los perjudicaría a ellos o a otros.
A primera vista el Noveno Paso parece uno de los más sencillos y fáciles de los doce.
En el Octavo Paso el alcohólico había hecho una lista de las personas a quienes había causado algún daño a consecuencia de su inclinación a la bebida. El Noveno Paso, muy lógicamente, pide que se proceda a hacer reparaciones a esas perso­nas como una preparación al inicio de una vida sin alcohol. Pero aquí surge la cuestión acerca de qué se entiende por «reparación». Es decir, ¿qué debe hacer un alcohólico para compensar por el daño causado en el pasado?
Para algunos alcohólicos esto no representa ningún problema. Pero para otros, más originales y menos lógicos, el Noveno Paso es una lista de le­yendas.
Conocimos a un individuo que, durante tres días de juerga, se las arregló para perder diez mil dólares en Las Vegas. Cuando se recuperó de la bo­rrachera no podía recordar dónde había ido a parar el dinero. ¿Lo había gastado, perdido en el juego, se lo habían robado, se lo había dejado en algún restaurante o en la habitación de un hotel, o simplemente lo había tirado por la ventana? No había manera de averiguarlo.
No es la primera vez que esto le sucede a un al­cohólico, ni será la última. Había, sin embargo, un pequeño problema que complicaba esta situación tan especial. El dinero no era suyo.
Los diez mil dólares pertenecían a su jefe y re­presentaban la recaudación de una semana del su­permercado donde éste trabajaba. Debía haberlos ingresado en el banco en su camino de regreso del trabajo a casa.
Cuando volvió en sí, el alcohólico se dio cuenta que no sólo lo despedirían por perder el dinero sino que su jefe podría creer que se lo había robado. Por tanto, tenía que inventar un robo para tener una coartada.
Después de mucho devanarse los sesos ideó un plan.
Primero buscó el aparcamiento donde había
dejado su coche hasta que, para gran alivio suyo, pudo encontrarlo. Podía parecer que no había ido a Las Vegas ya que no existían registros de billetes que pudieran acusarlo. No tenía tarjetas de crédito, por lo que tampoco habría huellas que probaran que había estado en Nevada. Así que todo lo que debía hacer era sobornar al empleado del hotel para que destruyera su ficha de registro, cosa que hizo con diligencia.
Después volvió en su coche a casa. En su garaje encontró un martillo y en el botiquín, un frasco de barbitúricos.
Tomó varias cápsulas ayudándose con un poco de whisky y esperó hasta que comenzó a quedarse dormido. Entonces, un momento antes de que se le cerraran los ojos, reunió todas sus fuerzas y se propinó un fuerte golpe en un lado de la cabeza con el martillo.
Durmió sin interrupción hasta la mañana si­guiente. Luego llamó a la policía y cuando los agentes llegaron les contó la historia siguiente:
-«Salí de trabajar el viernes a eso del mediodía, llevando conmigo el dinero, y tuve tal'mala suerte que me metí en un embotellamiento que no per­mitió llegar al banco a tiempo. Bueno, sabía que mi jefe se pondría furioso y como temía que me despidiera decidí llevar el dinero a casa e ingre­sarlo en el banco el lunes a primera hora.
Guardé el dinero en un cajón de mi escritorio y me fui a dormir. A las tres de la mañana aproximadamente unos ruidos me despertaron. Eran ladro­nes. Traté de alcanzar el teléfono pero dos hom­bres me asieron y me derribaron. La posibilidad de que me mataran me aterrorizaba. Creí que habían venido porque sabían que tenía el dinero y les dije que les diría dónde estaba si no me mataban. Estu­vieron de acuerdo y les dije que el dinero estaba en el cajón. Ahora caigo en la cuenta de que tal vez no sabían nada de los diez mil dólares y yo lo saqué a relucir sin ninguna razón. Pero en ese mo­mento no tenía duda de que era por eso por lo que habían entrado.
»En todo caso, una vez que cogieron el dinero, me encerraron en el garaje y fue en este momento cuando hice lo posible por salir.»
Por más inverosímil que la historia pudiera pa­recer, tanto el agente como el oficial parecieron quedar convencidos. El dinero estaba asegurado, y por lo tanto fue reembolsado, y al alcohólico lo despidieron sin contemplaciones. Como no se for­mularon cargos por robo, el alcohólico esperaba que el episodio acabara ahí.
Cerca de un año después este bebedor ingresó en AA y dejó de beber. Más tarde, mientras hacía este Noveno Paso, se enfrentó con un dilema: ¿De­bería confesar esta peripecia? ¿Tendría que hacer una reparación?
Su padrino le dijo que en un caso como éste, donde ya se había restituido el dinero a la persona que lo había perdido y donde la honradez a rajata-
bla podría disgustar más a su jefe, era mejor olvi­darse. Comprometerse a devolver los diez mil dó­lares podría significar una pena de prisión para el alcohólico y la obligación del jefe de devolver el dinero a la compañía aseguradora.
De este modo el alcohólico decidió olvidarlo. Siguió adelante con los Pasos prometiéndose que si tenía alguna oportunidad de hacer una repara­ción la haría.
Casi un año más tarde recibió un paquete por correo, que contenía una carta y cerca de tres mil quinientos dólares en efectivo. La carta decía:
Estimado señor:
Somos la familia a quien usted ayudó en un momento de penuria con su amable donación, hace algunos años en Las Vegas. Queremos que sepa que nuestro pequeño Bobbie se está recupe­rando. Sin su ayuda no hubiera podido sobrevivir.
Siempre lo recordamos en nuestras oraciones. Queremos devolverle algo del dinero que nos dio; se trata de una cantidad que ahorramos por si Bobbie caía enfermo otra vez. Pero ahora ya no lo necesitamos. Nos dijo que era muy rico y sabe­mos que no lo necesita, pero nos sentiremos mejor si se lo reintegramos.
Muchas gracias y que Dios le bendiga.
Evidentemente el alcohólico había regalado el di­nero en un arranque de samaritanismo y se había olvidado. Cogió los fajos de billetes, los envolvió y los envió a la compañía de seguros que había pa­gado la indemnización a su jefe.
Cuando se hace el Noveno Paso es de gran ayuda recordar la frase: «Salvo en aquellos casos en que el hacerlo los perjudicaría a ellos mismos o a otros.» En otras palabras: «salvo en aquellos casos en que hacer reparaciones hace más daño que be­neficio».
Supongamos que una de las personas a las que debe hacer reparaciones es su ex esposa. Le gusta­ría llamarla y pedirle perdón por lo que ha hecho.
Sin embargo ella se ha vuelto a casar y a usted no se le pasa por alto el hecho de que su llamada podría perturbar esta nueva relación. Tal vez sería mejor olvidarlo. Si saber algo de usted, le puede acarrear a ella más daño que beneficio, usted no debería intentarlo.
El objetivo del Noveno Paso, por tanto, es decir adiós al pasado. Debe actuar de tal modo que se permita dejar de preocuparse por la forma en que solía vivir la vida y consolidar una nueva actitud firmemente centrada en la manera en que ahora vive su vida.
Las «reparaciones» de este paso son un modo de quemar algunos puentes emocionales, aquellos que implican culpa, y también la construcción de nuevos puentes que dependen de la comunica­ción sincera.

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