Recogiendo los pedazos

Octavo paso Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y nos dispusimos a enmendar el daño que les causamos:
Muchas enfermedades crónicas afectan no sólo a su víctima sino también a quienes la rodean.
Desde este punto de vista, el alcoholismo se lleva la palma sin discusión. Esta enfermedad oca­siona daños directos e indirectos a las personas que viven con el alcohólico o que con él se rela­cionan. El daño siempre puede ser tanto físico como psicológico. El daño indirecto surge de la malinterpretación de los síntomas que hacen aquellos que rodean al alcohólico.
Veamos este ejemplo: Un alcohólico, todavía no diagnosticado, sale de copas con sus amigos al acabar su trabajo. Se propone pasar una hora en el bar y luego ir a casa a celebrar con su familia el cumpleaños de su hijo.
Sin embargo, después de algunos tragos, su casa se hace cada vez menos importante hasta que se olvida totalmente de lo que pretendía hacer. Sigue bebiendo hasta casi las diez de la noche y luego se va a casa haciendo eses.
Su mujer, enfurecida, le riñe a voz en grito ape­nas él se asoma por la puerta. Sabe que ha hecho algo malo pero su cabeza confusa no le permite saber de qué se trata. Como no tiene algo mejor que hacer, comienza a reprender a su hijo por no guardar sus juguetes. El niño, ya enfadado con su padre por haberle estropeado la fiesta de cumplea­ños, le contesta mal. Su padre le da un cachete y el niño se va llorando a la cama. Esa noche su mujer cierra con llave el dormitorio, y el alcohólico, con la ayuda de algunos tragos más de coñac, duerme en el sofá.
Al otro día su hijo y su mujer se muestran ofen­didos con él. Puede advertir el enfado pero no sabe si tiene algo que ver con él ya que en realidad no consigue recordar lo que ha pasado la noche anterior.
En este ejemplo hay diversos niveles de dolor infligido a la familia.
Ante todo hay un dolor físico, directo: un niño ha sido maltratado. Bien podría haber sido la es­posa.
Luego hay un dolor emocional directo: la con-
fianza de la esposa en la palabra del marido ha sido socavada por la promesa rota; sus sentimien­tos y los de su hijo, heridos por la negligencia de su marido y el niño escogido como víctima de la cólera de su padre trastornado.
Además hay un sensible dolor indirecto. Per­pleja por la conducta de su marido, la esposa se pregunta: «¿Qué le pasa últimamente a este hom­bre?». Si es la mujer típica llegará a la conclusión de que su marido o bien es irresponsable por na­turaleza, o bien que la familia no le importa, o que quiso castigarla por alguna ofensa que ella no co­noce, o que el niño no le gusta, o bien que no la quiere.
El hijo del alcohólico, por su parte, acaba pen­sando que «lo que le pasa a papá» es que o está profundamente disgustado con él, o es un canalla despreciable, o quizá nunca lo quiso.
Sobre todo la familia estará perpleja por la acti­tud que adopta el alcohólico después de tal repre­sentación. «Actúa como si nada hubiera pasado, se dicen. Tal vez todo fue un error, o tuvo un día fatal en la oficina.» En realidad deberían hacer algo para contentarlo, luego se sentirían doblemente frustrados cuando, a pesar de sus esfuerzos, su­cede otro episodio similar.
Acabarán por obsesionarse no sólo por su com­portamiento extraño, sus arranques de cólera y sus rachas de melancolía sino también por su carácter absolutamente incontrolable.

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