La enfermedad del alcoholismo

«Pocas veces hemos visto fracasar a una persona que haya seguido completamente - nuestro ca­mino.» Esta afirmación, que comienza el capítulo 5 del Gran blog de Alcohólicos Anónimos es tan exacta hoy como lo fue en el momento de su pri­mera edición en 1939, cuando el número de miembros de AA alcanzaba el centenar. El desafío de hoy, igual que en 1919, es cómo conseguir que el «camino» sea «completamente recorrido».
Las páginas Siguientes constituyen nuestro es­fuerzo para, modestamente, ayudarle a usted o permitirle ayudar a alguien a lo largo del magní­fico camino ha§ia la sobriedad, la salud y la feli­cidad.
Al tratar áirectamente o supervisar el trata­miento de miles de alcohólicos hospitalizados ob­servamos que nuestros pacientes debían cumplir tres objetivos o procesos para lograr su recupe­ración. Primero, debían autodiagnosticarse; segundo, debían asumir la responsabilidad del trata­miento de su enfermedad; y tercero, debían apren­der cómo usar el Programa o Pasos de Alcohólicos Anónimos para una recuperación ininterrumpida y definitiva. Si se omitía alguno de estos tres proce­sos nuestro paciente, en la mayoría de los casos, recaía.
Descubrimos que el modelo fisiológico o de enfermedad crónica para el alcoholismo era el de uso más fácil para el paciente en el momento de autodiagnosticarse y responsabilizarse. Transcu­rrido el tiempo, la investigación ha demostrado que éste es el modelo exacto para el alcoholismo, un proceso fisiopatológico crónico que se trans­mite genéticamente. Nuestros pacientes pueden identificar sus síntomas con el modelo fisiopatoló­gico crónico y por consiguiente autodiagnosti­carse. Ciertamente es más fácil para una persona comprender que es responsable del tratamiento de una enfermedad fisiológica y no de un pro­blema mental o de conducta. Normalmente, esta­mos acostumbrados a tratar gripes, resfriados y sus variados síntomas y molestias a lo largo de la mayor parte de nuestra vida; son pocas las perso­nas que acuden al médico por un simple catarro. Pero nuestros pacientes podrían autodiagnosti­carse completamente y recaer si no utilizan el Programa de AA para una recuperación ininte­rrumpida y definitiva.
Si usted ha leído el blog Alcohólicos Anónimos o Gran blog, como a veces se lo conoce, sabe que los Doce Pasos es el programa de Alcohólicos Anó­nimos, y sabe que tiene poco que ver con una en­fermedad fisiológica. En realidad, sólo el Primer Paso dice algo acerca del alcohol. Los que alguna vez han usado estos Pasos como programa de recu­peración ya saben cómo se emplean en la enfer­medad fisiológica del alcoholismo. Pero para una persona que está enferma en un grado tal como para ser desintoxicada en un hospital, es penoso hacer la conexión entre los Pasos de AA y el pro­ceso de la enfermedad.
Hay un punto que debe ser subrayado: no esta­mos tratando de reescribir los Doce Pasos ni de reinterpretarlos. El Programa ha sido suficiente­mente eficaz como para ayudar a más de un millón de personas a recuperarse de esta enfermedad po-tencialmente fatal. Con el tiempo toda persona en el programa de Alcohólicos Anónimos debe deci­dir qué significan para ella esos pasos, y por lo que hemos oído de nuestros miles de amigos en AA, el programa es ligeramente diferente para cada per­sona.

Algo no marcha bien cuando bebo

Primer Paso Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol; que nuestras vidas eran incontrolables
Evidentemente, nadie que esté en su juicio inten­tará resolver un problema a menos que crea que éste existe. Todo tratamiento efectivo del alcoho­lismo debe basarse en el reconocimiento del alco­hólico de su propia enfermedad.
Este reconocimiento, de impotencia y de una vida descontrolada, es la piedra angular del Pro­grama de los Doce Pasos. Sin ese reconocimiento el alcohólico comprobaría que es casi imposible utilizar los Pasos restantes con éxito.
¿Por qué?
Para comenzar, el alcohólico probablemente todavía bebe y nada, absolutamente nada, inter­fiere en la claridad de ideas, buen juicio y la acción eficaz de una manera tan poderosa como el ciclo de intoxicación y abandono.
De este modo hemos llegado a creer, junto a muchos alcohólicos en recuperación que conoce­mos, que toda la capacidad de un alcohólico para restablecer su cordura a través de los Doce Pasos depende del reconocimiento de la necesidad de una abstinencia total. Creemos que algunas medi­das poco eficaces, como la sustitución de alcohol por tranquilizantes o la alternancia de pequeñas «recaídas» con períodos de abstinencia, son casi tan destructivas como la ebriedad permanente.
Sin abstinencia, el alcohólico puede sentirse un poco mejor pero en realidad no se siente «bien».
Sólo se menciona el alcohol en el Primer Paso y su significado es claro: en él reside la idea funda­mental para conseguir la abstinencia ininterrum­pida.
Tal vez, más que en cualquier otro modelo de alcoholismo, el modelo de enfermedad crónica considera la abstinencia como un prerrequisito para la recuperación, ya que los procesos fisiológi­cos asociados a la enfermedad son en gran medida involuntarios. En pocas palabras, cuando el orga­nismo del alcohólico entra en contacto con el al­cohol o drogas similares, tiene lugar un proceso patológico que comienza a ejercer una reacción corporal.
Mediante el control de esta reacción, la enfer-
medad provoca en el alcohólico el deseo del alco­hol y la recurrencia al mismo.
El alcoholismo dice al alcohólico cuándo, dónde, con qué frecuencia y cuánto debe beber. El alcoholismo hace del alcohol la única medicina eficiente contra el estrés y las tensiones del bebe­dor. El alcoholismo lleva al alcohólico a poner la bebida por encima de cualquier otro interés y hace que la víctima beba a pesar de los problemas que le causa la bebida.
La progresión de esta enfermedad, a la larga, deja al alcohólico indefenso bajo el poder del al­cohol, haciendo que pierda todo control sobre su vida. Y es la capacidad para reconocer y admitir esta realidad la que motiva la recuperación.
He aquí cómo el alcoholismo produce este grado de impotencia y falta de control.

Síntomas de impotencia

Tolerancia
Los alcohólicos tienen fama de consumir alcohol en cantidades mayores que la normal sin que su sobriedad se altere de manera perceptible. Esto es un síntoma de tolerancia alcohólica.
En nuestra sociedad la tolerancia se considera como una ventaja social antes que como un posi­ble síntoma de alcoholismo. En efecto, es una ventaja para el bebedor ser capaz de consumir una considerable cantidad de alcohol en el transcurso de una noche sin dormirse, ofuscarse o ser desa­gradable con los demás.
Muchos ven esto como un indicio de una fuerza de voluntad superior o de firmeza de carác­ter y comprensiblemente nos preocuparemos más por una persona que se embriaga que por otra que permanece sobria.
Durante la mayor parte de la historia, la medi­cina dio por sentado que la legendaria gran to­lerancia del alcohólico era invariablemente el re­sultado de beber en exceso. Pero para muchos alcohólicos, esta tolerancia aparece relativamente pronto en su formación como bebedores, y en rea­lidad sirve para estimular el consumo de cantida­des de alcohol cada vez más grandes.
Si la bebida no entorpece tus actividades, ¿por qué no beber más? Esta tolerancia no deja ver al al­cohólico, ni a aquellos que lo rodean, el aumento de la cantidad o la frecuencia con que bebe.
En realidad, la tolerancia alcohólica es, proba­blemente, una adaptación compleja del cerebro y el hígado al alcohol, y posiblemente esta adapta­ción comienza pronto en el proceso de la enfer­medad.
Como otras facetas del alcoholismo, la toleran­cia tiende a cambiar a medida que la enfermedad avanza. Después de años de «protección» contra los efectos sedantes y embriagadores del consumo
excesivo de alcohol, la tolerancia puede abando­nar al alcohólico, y éste descubre que ahora tiene ataques de embriaguez, perceptibles para todos los que lo rodean, incluso si bebe menos que hace unos pocos años.
Así como el alcohólico es impotente ante la to­lerancia, también lo es para deshacerse de ella.

Dependencia física

El segundo indicio del avance del alcoholismo es la aparición de síntomas de dependencia física.
Como muchos aspectos de esta enfermedad, los síntomas de dependencia son ligeros al co­mienzo, y empeoran según avanza la enfermedad.
Los primeros indicios de dependencia física son insomnio, ansiedad, irritabilidad, y náuseas, especialmente después de las comidas. El alcohó­lico atribuye estos síntomas al estrés, las resacas, un resfriado, o a la gripe.
Más tarde, la ansiedad puede convertirse en ataques paralizantes de un miedo inespecífico que sólo un trago parece aliviar. Además el insomnio ocasional puede llegar a ser crónico y el alcohol es el único remedio efectivo.
Las náuseas pueden transformarse en vómitos diarios, a menudo con el estómago vacío. La irrita­bilidad se torna constante, y va acompañada por un temblor de manos que se podría identificar como un síntoma de alcoholismo.
El efecto virtual de la adicción física es el cam­bio del motivo que tiene el alcohólico para beber. El alcohol ya no es un pasatiempo o una droga para estimular la sociabilidad. Ahora se ha conver­tido en una medicina.
El alcohol funciona mejor, más rápido y más efectivamente que cualquier medicamento porque el organismo se ha adaptado a él. Aunque algunas personas no lo sepan, el alcohol es tan efectivo precisamente porque estas personas se han con­vertido en alcohólicas.
Es fácil darse cuenta de cómo la dependencia dicta la cantidad de bebida y su frecuencia. El al­cohólico bebe tanto como necesita para calmar su sistema nervioso perturbado por la abstinencia no sin antes contrapesar esta necesidad fisiológica con la compulsión por la bebida dentro de lo so-cialmente aceptable. Si beber en las horas de tra­bajo se traduce en la pérdida del mismo, usted probablemente se resistirá a beber en esas horas.
Pero cuando sale de su trabajo, una copa será su primera preocupación. Y a medida que la de­pendencia aumenta, la «bebida socialmente acep­table» llegará a ser irrelevante, y la necesidad fisio­lógica de alcohol, arrolladora.

Pérdida de control

Para muchos alcohólicos el síntoma final e incues­tionable de impotencia es la pérdida de control.
Esta aparece generalmente en tres áreas princi­pales: cantidad, tiempo y lugar, y duración del des­control.
Supongamos que un alcohólico asiste a una fiesta con la intención de beber solamente algunas copas. En cambio, bebe hasta un punto que ex­cede su tolerancia e intenta conquistar a la mujer de un amigo suyo.
En realidad, él no quería emborracharse, in­cluso habría preferido no haber tenido que pasar por ese mal trance, pero lo hizo. Esto es un sín­toma de pérdida de control sobre la cantidad de bebida.
Supongamos, por otra parte, que como resul­tado del episodio relatado y otros semejantes, pro­mete a su mujer que se abstendrá completamente de beber durante un mes. Pero descubre que la vida sin alcohol es tan desdichada que bebe a es­condidas cada vez que puede, cuidando de que su mujer no lo descubra. Y entonces, para poder beber un sábado que pasa en casa con la familia, tiene que hacer varias excursiones al garaje para «verificar la batería del coche», o pretextos simila­res. Mientras está allí bebe algunos tragos de su provisión secreta de coñac; o tal vez haya escon­dido una botella en el cuarto de baño para que lo ayude a sobrevivir a un plácido y tranquilo fin de semana en casa con los niños.
Ese es un síntoma de pérdida de control sobre el tiempo y el lugar de la bebida: generalmente en nuestra sociedad no se confunde el depósito del retrete con el mueble bar.
Otro ejemplo: imaginemos una alcohólica que aguarda la vuelta de su marido de un viaje de ne­gocios.
«Beberé unas copas el jueves, se dice. Cuando él llegue el viernes por la noche no habrá ni una botella a la vista y jamás se dará cuenta.»
En cambio, él la encuentra dos días después, aturdida en el sofá de la sala y rodeada de bote­llas.
Ella no lo había planeado así.
Como el primer centenar de alcohólicos en AA eran bebedores empedernidos, muy avanzados en el desarrollo de su enfermedad, todos habían ex­perimentado pruebas inequívocas de pérdida de control. Tal vez por esta razón escogieron el tér­mino «impotente» para describir su relación con el alcohol.
Estamos convencidos de que los orígenes de esta impotencia se encuentran en la tolerancia fí­sica al alcohol que puede comenzar años antes que los síntomas evidentes de pérdida de control.

Los olvidos del alcohólico

Una cosa es ser violento, hacer tonterías o algo pe­ligroso mientras se está borracho. Otra cosa es ha­cerlo y luego no recordarlo.
Es difícil creer que un bebedor que no recuerda lo que hizo o dijo mientras estaba borracho tenía un dominio completo de sus actos. Tal vez lo tenía o tal vez no.
A veces oímos decir a un alcohólico: «¿Y qué si se me fue el santo al cielo?, me comporté correcta­mente, ¿no?».
Lo que equivale a decir: «¿Y qué sk me puse de­lante de un autobús? Él me esquivó, ¿no?»
Hay millones de historias de amnesia de AA, pero una de nuestras favoritas es la de una mujer que, no habiendo bebido durante tres meses, de­cide asistir a un cóctel con su marido. Vestida ele­gantemente y llevando unas empanadillas calientes en upa fuente cubierta, tomó un taxi para reunirse con su marido en la fiesta. En el camino decidió de­tenerse^ y tomar un par de copas en un bar.
Unas horas más tarde, se despertó de un pro­fundo sueño en la sala de espera de un aero­puerto. Horrorizada, preguntó a un empleado dónde podía tomar un taxi, pensando en qué diría a su marido por no haber ido a la fiesta.
El empleado le contestó en un idioma desco­nocido para ella. Había volado a París. Las empana­dillas, nos contaba después, estaban frías.

Deterioro fisiológico

Si hay algo que atemoriza al alcohólico es la posi­bilidad de tener una enfermedad como la cirroris hepática. Pero esta enfermedad refleja sólo una pequeña parte del deterioro fisiológico que acom­paña al alcoholismo.
El alcoholismo es la causa, directa o indirecta­mente, de más ingresos hospitalarios que cual­quier otro factor. Sin embargo esta implicación puede no ser evidente porque frecuentemente in­gresan alcohólicos en el hospital con un diagnós­tico que no es el de alcoholismo.
No nos engañemos: un número significativo de víctimas de ataques cardíacos son alcohólicos. También lo son muchos de los ingresados por úl­ceras, pancreatitis, gastritis, problemas pulmona­res y un sin fin de enfermedades.
Muchos internos con lesiones cerebrales en unidades para patologías crónicas, que ni siquiera pueden recordar su nombre llegan a ese estado a causa del alcoholismo.
Por más que una enfermedad física pueda ate­morizar a un alcohólico, lo más probable es que sin un trftamiento específico para alcoholismo, éste siga bebiendo aunque tenga otra enfermedad.
¿Per qué? Porque ésa es la naturaleza del alco­holismo y es otro excelente ejemplo de hasta qué punto un alcohólico llega a ser impotente ante el alcohol.

Cómo se pierde el control de la vida

La segunda parte del Primer Paso está relacionada con el descontrol cotidiano.
Como otras enfermedades que afectan al cere­bro, el alcoholismo produce un número de sínto­mas psicosociales que se presentan como proble­mas relacionados con el alcohol.
Estos son muchos yí variados y se acumulan a medida que la enfermedad avanza.
En las primeras etapas el alcohólico tiene rela­tivamente pocos problemas a causa del alcohol, a pesar de que ya está enfermo.
En etapas posteriores, a veces la vida misma pa­rece una cadena de problemas relacionados con el alcohol.
Sin embargo hay algo que nos llama la aten­ción: los alcohólicos, junto a sus familiares, ami­gos, médicos y la mayoría de las personas, tienden a confundir estos resultados del alcoholismo con sus causas.
Supongamos fue observamos un alcohólico que sufre pérdidas de control en las etapas inter­medias de la enfermedad. Con regularidad (aun­que no cada vez que bebe) consume más alcohol. El resultado es que llega a casa con una «tajada» impresionante. Su mujer empieza a creer que se pasa de la raya y se queja de ello.
Ahora bien, si este problema continúa a pesar de sus quejas, la esposa imaginará que su marido ha hecho cierta elección consciente. Ella jamás sospechará que su ni&rido, en otros aspectos, una persona muy competente, puede tener dificulta­des con la bebida.
Tampoco lo sospecha el alcohólico. Igual­mente ella, cree que la bebida en exceso es en gran parte un asunto de ceder a la tentación o de falta de voluntad. Naturalmente, él se enfadará por la opinión que su esposa tiene de él pues cree que no tiene fuerza de voluntad o es un irresponsable. Desgraciadamente no hay manera de resolver este conflicto.
Puesto que el alcohólico pierde el control sobre la cantidad, frecuencia y ocasión de beber, continuará, de un modo cada vez más asiduo, be­biendo más de lo que su mujer cree que debe­ría.
Puesto que ella cree que para su marido sus sentimientos son indiferentes, se enfadará aún más y se volverá hostil en su relación con él.
Luego él llegará a creer que es la hostilidad que ella le muestra la que lo empuja hacia el alco­hol. Ella llegará a convencerse de que él es perso­nalmente responsable de su creciente enfado. Lo que falta es una comprensión del proceso patológico.
Cuando este estancamiento de la relación se extiende para convertirse también en incompatibi­lidad sexual, discusiones familiares y económicas, y en una casi total interrupción de la comunica­ción, es fácil olvidar que estos conflictos son el re­sultado de un alcoholismo desatendido. Si no hay alcoholismo, no hay problemas. Quizás otros pro­blemas, pero no éstos.
Cinco años más tarde, después de un doloroso divorcio, este alcohólico acude a tratarse. ¿Desde cuánto cree él que comenzó a beber en exceso? Con regularidad, desde las últimas etapas de su matrimonio. Olvida, o tal vez nunca entendió, el papel que el alcoholismo jugó en la ruptura de su matrimonio.
Como el alcohol dificulta el funcionamiento cerebral, el alcohólico de las etapas intermedias y últimas descubre que es cada vez más difícil resol­ver algunos aspectos de la vida que antes habría resuelto con facilidad. Atrapado entre la intoxica­ción y su abandono, cada vez menos capaz de beber sin dificultades, sufrirá el alcoholismo en cada aspecto de su vida.
En cierto modo, sufre más, de culpa, preocupa­ción, ansiedad, confusión mental, inseguridad, y un claro malestar físico, cuando no está bebiendo que cuando lo está, lo cual refuerza aún más su creencia de que dejar el alcohol podría acabar con él.
No es raro para un asistente social o un médico encontrarse con un alcohólico que tenga proble­mas matrimoniales, legales, familiares, económi­cos, sexuales, laborales y emocionales, todos al mismo tiempo y que pueden tener su origen en el consumo del alcohol.
A menudo son estos problemas los que moti­van al que fuera en otro tiempo un alcohólico rea­cio a buscar ayuda.
En muchas sociedades, las personas que tienen dificultades para solucionar sus asuntos miran de rodearse de otras cuya misión es solucionarles la vida. Estas personas son jueces, médicos, oficiales de justicia, asistentes sociales y religiosos.
Si usted comprueba que hay una o más de estas personas en su vida a causa de la bebida, eso es un indicador de alcoholismo.
Es importante recordar que en el modflo patoló­gico, la impotencia y el descontrol se entienden como el resultado lógico del avance del alcoho­lismo. Sólo son un estado de alteración fisiológica y su consiguiente efecto a largo plazo en la con­ducta del alcohólico.
De un modo similar, aunque tal vez menos dra­mático, los enfermos de diabetes, los cardíacos, y los pacientes con enfisema experimentan una im­potencia en ciertos aspectos de su vidfi,.
Un enfermo de enfisema debe aceptar la dismi­nución de su capacidad pulmonar, y aprender a vivir con un poco menos de aire.
Un paciente cardiaco tal vez no sabía que su corazón se debilitaba con los años, pero una vez que se lo han diagnosticado debe aceptar la nece­sidad de reducir su trabajo y estrés.
A un diabético no le gusta inyectarse insulina cada día, pero sabe que sin ella no podría sobre­vivir.
En cada ejemplo el tratamiento efectivo de­pende de la disposición individual para admitir el grado y severidad de su enfermedad y reconocer la importancia de tratarla.
Del mismo modo, los alcohólicos aprenden a vivir sin alcohol, lo que no es fácil para muchos de ellos, simplemente porque tienen que hacerlo.
Es necesario porque son impotentes ante el al­cohol y han perdido todo control sobre su vida.

Enseñadme la salida

Segundo Paso Llegamos al convenci­miento de que sólo un poder superior a nosotros mismos podría devolvernos la cordura.
Para entender el Segundo Paso, póngase en el lugar de uno de los primeros miembros de AA, antes que el Gran blog fuera escrito, incluso antes de que la organización tuviera su nombre.
Si usted fuera un miembro del grupo, habría hecho durante su vida decenas de miles de prome­sas de dejar la bebida a cientos de personas dife­rentes. A veces lo consiguió por algunos meses, otras al cabo de una hora estaba bebiendo.
Puede haber sacrificado su trabajo, fortuna o fa­milia por la bebida. En realidad puede haberlo hecho en varias oportunidades.
Después de años de insistencia tenaz en hacer las cosas a su manera, finalmente, a regañadientes, usted llega a la conclusión de que es impotente ante el alcohol y de que su vida está descontro­lada. Pero luego se encuentra ante un nuevo di­lema: si fuera impotente, incapaz de recuperarse por su propia voluntad, entonces, ¿quién o qué le proporcionará la fuerza para aprender a vivir sin alcohol? ¿Quién le dará aquello que ha sido inca­paz de encontrar tantas veces en el pasado?
Obviamente la respuesta se debe encontrar fuera de usted mismo.
Aquí nace el concepto del poder superior (también conocido como el PS).
Sí, el poder superior es un concepto espiritual, pero ha perdurado para satisfacer una necesidad habitual del alcohólico en recuperación, contes­tando la pregunta: ¿Quién me dará la fuerza para hacer lo que debo?
Como se sabe, religión y espiritualidad no son la misma cosa. La religión es simplemente una forma que puede tomar la fe en el espíritu. El hecho de que existan muchas religiones es la evi­dencia de que la fe en el espíritu puede, y en efecto lo hace, tomar muchas formas.
La espiritualidad, sin embargo, trasciende estas formas. Las personas profundamente espirituales pueden ser católicos, protestantes, judíos, musul­manes, etcétera. Incluso pueden ser miembros de una iglesia no organizada.
Se ha de recordar que AA manifestó que su pro-
pósito no era excluir a causa de su religión a los que sufrían de alcoholismo, sino incluir a tantos alcohólicos como fuese posible. De este modo los Pasos, como el resto del programa de AA no forma parte de ninguna religión en particular.
Y de hecho, hay probablemente en AA tantos poderes superiores como alcohólicos.
Muchas personas en AA tienen una profunda educación religiosa, y para ellos el Poder Superior debe ser Dios en una forma u otra.
Como también hay agnósticos y ateos en AA, frecuentemente utilizan como Poder Superior cualquier cosa.
Por ejemplo, para muchos Alcohólicos Anóni­mos su Grupo de Acogida es su Poder Superior. Nos explican que creen que el Poder Superior se expresa mejor a través de las acciones del grupo. Poniendo en práctica los Doce Pasos, su programa espiritual es tan sólido como el de cualquiera. Más adelante narramos la historia de un alcohólico cuyo Poder Superior era un objeto inanimado.
Un punto importante: el Poder Superior jamás debe ser el alcohólico; ya sabemos que esto no funciona.
Observemos que el enunciado de este Paso em­plea las palabras «podría devolvernos la cordura» y no «nos devolverá la cordura» al describir lo que el Poder Superior puede hacer por el alcohólico.
¿No sería fabuloso si sólo fuera necesario creer en un poder más grande que usted mismo para que le devolviera la cordura automáticamente?
Nunca se tendría que preocupar por engañarse a sí mismo al permitirse «sólo una copa». Sabría qué decisión tomar en una crisis, no le afectarían los deseos incontrolables y estaría sereno, satisfe­cho de su suerte, feliz consigo mismo. Y podría pasar por alto los Pasos restantes.
Por desgracia esto no funciona de esa manera. Aunque el Segundo Paso afirma que existe algo que puede devolverle la cordura, tío asegura que ese algo lo hará.
En cambio el presente Paso ofrece una especie de pacto entre el PS y el que sufre de alcoholismo. Propone una relación activa en el estilo de: «Si tú haces esto, entonces tendrás la voluntad de hacer algo más.»
¿Qué debe hacer el alcohólico para cumplir su parte del pacto?
Persistir en la abstinencia, un día entero cada vez, si es necesario.
Asistir a las reuniones.
Y ponerse a trabajar con el Tercer Paso.
Aparte del tema del Poder Superior, la parte más discutida del Segundo Paso está relacionada con la salud mental.
Mucha gente se pregunta con frecuencia: ¿Son
los alcohólicos, realmente enfermos mentales? Sí y no.
En su mayor parte los alcohólicos no son enaje­nados en el mismo sentido que lo podría ser un esquizofrénico o un maníaco-depresivo. Aunque no es extraño encontrar alcohólicos que también sufren una enfermedad mental crónica, la gran mayoría no padece este tipo de dolencia.
Más aún, las investigaciones recientes nos in­ducen a pensar que lejos de beber para disimular 0 tratar una perturbación mental o emocional sub­yacente, el alcohólico sufre depresiones, cambios de humor, problemas de personalidad y manías en general a causa del alcoholismo y de la experien­cia de la bebida.
Hay indicios manifiestos, obtenidos de estu­dios que abarcan algunas décadas de las vidas de los pacientes, de que los alcohólicos no muestran una frecuencia especial de perturbaciones psicoló­gicas o de personalidad antes del comienzo del al­coholismo.
Hay, sin embargo, un tipo de trastorno que los alcohólicos comparten con casi todos los que su­fren de alguna adicción o de otras enfermedades crónicas. Esta forma particular de perturbación es menudo tan peligrosa para la salud mental y el bienestar del paciente como la esquizofrenia lo es para los que la padecen.
El desequilibrio al que nos referimos se pone de manifiesto en conductas como:
• Beber a pesar de saber que le traerá proble­mas.
• Beber a pesar del dolor y aflicción que pro­voca en aquellos que usted quiere.
• Beber a pesar del daño que usted sabe que está causando a su salud.
• Beber por alguien que lo ha desairado.
• Beber para probar que puede controlar la bebida a pesar de que su experiencia le ha demostrado que no puede.
• Romper con los amigos, la familia y con cualquiera que interfiera en su afición por la bebida.
• Culpar a otros del hecho de que usted no puede beber sin riesgos.
• Insistir, a pesar de todas las pruebas en con­tra, en que usted es «diferente» de otras per­sonas que sufren de alcoholismo.
• Buscar pretextos para recaer después de haber logrado un tiempo de abstinencia.
• Resistirse a los esfuerzos de aquellos que le rodean para conseguir que busque la ayuda que necesita.
• Permitir que su orgullo se imponga a la ne­cesidad de aceptar un tratamiento.
Todos los adictos comparten este tipo de dese­quilibrio y para ellos constituye, en todos sus as­pectos, algo tan peligroso como una verdadera en­fermedad mental.
Tal como un diabético que rechaza la insulina, o un paciente cardíaco que se empeña en trabajar dieciséis horas diarias, un alcohólico que esté do­minado por la irracionalidad se resistirá a recupe­rar la salud y, téngalo por seguro, ésta puede ser una lucha a muerte. Si esto no es enajenación mental, no sabríamos cómo calificarlo.

Aprendiendo a seguir instrucciones

Tercer Paso Decidimos poner nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios tal como nosotros lo concebimos.
En el Primer Paso el alcohólico admitía que sufría de alcoholismo, una enfermedad progresiva que le quitaba el control sobre el alcohol y sobre su vida.
Este reconocimiento proporcionaba el motivo necesario para trabajar en los Pasos restantes.
En el Segundo Paso el alcohólico elegía un poder más grande que él mismo para darse fuerza y orientación a lo largo del camino hacia la recu­peración. De este modo el Segundo Paso propor­cionaba aquello que la fuerza de voluntad no podía.
Observemos que hasta aquí, a pesar de estos cambios de actitud y de abordaje, no se ha pedido al paciente de alcoholismo que haga nada. El alco­hólico no ha llevado a cabo ninguna acción es­pecífica, no ha efectuado ninguna alteración concreta en su estilo de vida, más allá de (proba­blemente) dejar de beber, y asistir a algunas reu­niones
Parece demasiado fácil para ser verdad. Y en realidad lo es.
Los cambios auténticos comienzan con el Ter­cer Paso. A veces se llama a este el «Paso de la ac­ción».
También se lo ha llamado el Paso «más difícil», e incluso el Paso que «separa a los ganadores de los perdedores». Para entender el porqué, y para conocer la importancia del Tercer Paso en el Pro­grama de los Doce Pasos deberíamos introducir el simple concepto de «seguir instrucciones». Encon­tramos esta frase por todas partes en AA, y por una buena razón. Ella puede ser realmente la clave de los primeros meses de participación.
Muchas personas, entre ellas los alcohólicos, no son muy hábiles para seguir instrucciones. Todos tenemos algún conocido que, cuando re­cibe un regalo navideño que especifíia «para mon­tarlos siga las instrucgiones», se empeña en hacer chapuzas durante una o dos horas antes de deci­dirse a mirar las pautas de montaje que eran el punto por donde debía haber empezado. Para en­tonces, naturalmente, el regalo es undfevoltijo irre-conociblihB
Conocemos personas que consideran un in­sulto personal si se espera de ellos que pidan con­sejo a la hora de emprendej algo. Son las mismas personas que prefieren deambular por las calles de un barrio desconocido antes que preguntar la dirección en una gasolinera. Y no men#s frecuen­temente conocemos a personas que parecen res­ponder sólo al «motivo contrario»: para lograr que hagan algo, sólo es necesario decirles que no lo hagan.
Este atributo normalmente inocuo llega a ser peligroso cuando se refiere a enfermedades poten-cialmente mortales, porque la supervivencia para las víctimas de tales enfermedades puede depen­der solamente de su capacidad y voluntad para se­guir ciertas instrucciones.
No hay una curar;para el alcoholismo. Por lo que sabemos, un alcohólico sigue siendo alcohó­lico desde el día de su diagnóstico hasta el. mismo día que su vida termina. Esto supone que la única alternativa legítima del alcohólico es ser un alco­hólico bebedor o bien un alcohólico sobrio.
Luego el objetivo se transforma en enseñar al alcohólico a mantener pu enfermedad en fase la­tente mediante el uso de tratamientos simples pero efectivos. JEstos tratamientos se administran no a través del médico o del asistente social sino a través del paciente mismo.
Se produce exactamente la misma situación con algunas formas de diabetes. Una vez que el azúcar de la sangre se ha estabilizado, el diabético recibe una dieta, una provisión de insulina para in­yectarse diariamente y un instrumento para con­trolar el azúcar de la sangre. Si el paciente sigue estas instrucciones tiene buenas posibilidades de consolidar una forma de vida satisfactoria, saluda­ble y productiva, a pesar de tener diabetes.'
Nadie llama a los diabéticos y les pregunta si les gusta seguir estas instrucciones; el hecho es que a la mayoría de ellos no les gusta en absoluto y normalmente pasan por un período de resisten­cia al tratamiento. Prueba, en algunos casos, con métodos ingeniosos para eludir la dieta u otras instrucciones.
Sin embargo, si el diabético va demasiado lejos con su engaño, o deja de controlar adecuadamente el azúcar de la sangre, la enfermedad envía un breve «mensaje» en forma de un período de males­tar o tal vez algo mucho más grave. Esta persona eS todavía un diabético y no lo puede olvidar.
Como el diabético, el alcohólico recibe ins­trucciones de AA y de la medicina y se le asegura que tales instrucciones le posibilitarán una convi­vencia tranquila con la enfermedad.
Pero en el momento de seguir estas instruccio­nes, el alcohólico se encuentra frecuentemente en la situación de tener que hacer algo que no quiere hacer en absoluto. Por ejemplo, abandonar amista­des que le gustaría conservar, simplemente por­que sus hábitos alcohólicos amenazarían su sobriedad. Por ejemplo, perderse un crucero por el Caribe que siempre había querido realizar, porque su padrino le dice que es demasiado arriesgado para su recién adquirida abstinencia. Por ejemplo, tragarse el amor propio, renunciando a una ofensa largamente sentida, abandonando algo que desea. Aquí es donde comienza la resistencia. «Claro que dejaré la bebida, insiste, pero no veo por qué debo hacer todas estas otras tonterías.»
El Tercer Paso es un reconocimiento directo de la necesidad del alcohólico de tomar una decisión consciente de seguir ciertas instrucciones. Ello significa que usted está dispuesto a seguir aquellas instrucciones que no le gustan tanto como aque­llas que le complacen.
Así de simple: como se ha sentido impotente respecto a esta enfermedad, ha buscado ayuda fuera de usted mismo, y ha identificado un Poder Superior que creyó le podía conducir a la salud. Ahora debe entregar su voluntad y su vida a ese Poder. Después de todo, ¿de qué sirve un Poder Superior si no lo usa? Y, ¿de qué sirven los dos pri­meros Pasos sin abordar el Tercero?
He aquí la respuesta: no sirven absolutamente para nada.
Tal vez pueda entender por qué este Paso es tan decisivo, e incluso tan difícil para algunos al­cohólicos. Supone no sólo vivir su vida de una ma­nera diferente, sino también que otras personas le den instrucciones que usted luego sigue, incluso si a veces son contrarias a sus propios deseos o conveniencia.
En cualquier grupo de cincuenta personas se­leccionadas al azar, probablemente habrá unos pocos individuos que son competentes para seguir instrucciones. Luego habrá otro grupo más nume­roso que es a veces competente dependiendo de la dirección del viento. Finalmente habrá una ma­yoría que lisa y llanamente no soporta que se le diga qué hacer o qué medidas tomar.
¿Qué grupo cree usted que tiene más dificulta­des con la recuperación, ya sea del alcoholismo, diabetes o enfermedades cardiacas?
Lo ha adivinado.
Aunque parezca extraño algunas personas creen que la frase fundamental en este Paso es «Dios tal como nosotros lo entendemos». No esta­mos de acuerdo. Creemos que la clave de este Paso reside en la comprensión de lo que significa «poner nuestra voluntad y nuestras vidas». Nuestra impresión es que la frase «tal como nosotros lo en­tendemos» está recalcada porque en realidad no importa, al considerar este Paso, quién o qué cree usted que es Dios. Esto además subraya la natura­leza espiritual (más que religiosa) del Programa mismo.
Si ha descubierto un Poder Superior en el que cree, y comienza a entregar su voluntad y su vida a ese Poder, entonces el Paso tiene que producir re­sultados para usted.
Prometimos contar la historia de un alcohólico cuyo Poder Superior era un objeto inanimado.
Conocimos una persona cuyo trabajo era con­ducir su camión de aquí para allá todo el día yendo de un lugar a otro. Lo estaba pasando muy mal con los Pasos Segundo y Tercero porque no podía convencerse de la conveniencia de creer en ningún tipo de Poder Superior y mucho menos en­tregarle nada. Pero estaba afligido por cientos de problemas que le preocupaban constantemente mientras conducía su camión de un sitio a otro.
Su padrino le dijo que ya que no podía librarse de estas inquietudes, siguiera el siguiente procedi­miento: cada vez que una de estas preocupaciones lo asaltara mientras conducía, debía aparcar, apun­tar el problema en un trozo de papel y meterlo en la guantera. Eso le permitiría, al menos por un tiempo, desembarazarse de ese problema con­creto.
Algunos meses después, cuando ya había lle­nado y vaciado su guantera ocho o nueve veces, se dio cuenta con admiración que había estado «en­tregando cosas» durante todo el tiempo, y que su Poder Superior era la guantera de su camión.
En realidad no importa quién o qué puede ser su PS. Sólo importa que aprenda a usarlo.

En busca del autoconocimiento

Cuarto Paso Sin ningún temor hicimos un inventario moral de nosotros mismos.
En el alcoholismo, como en otras enfermedades crónicas, la responsabilidad del éxito o fracaso del tratamiento descansa directamente sobre los hom­bros del paciente. Sólo el alcohólico puede, con apoyo y consejo adecuado, establecer y mantener un programa de recuperación.
Por consiguiente, el modo más efectivo de tra­tar esta enfermedad no supone «ayudar» al alcohó­lico, sino que consiste en enseñar al alcohólico a ayudarse a sí mismo. Y la base más firme para la «autoayuda» es el autoconocimiento. Cuanto mejor se conozca a sí mismo, mejor capacitado estará para desarrollar estrategias que le ayuden en su re­cuperación.
El Cuarto Paso favorece el autoconocimiento a través de un proceso de autoexamen. Observando detenidamente sus actitudes, actos y comporta­miento, puede identificar firmezas y debilidades en su propio programa de recuperación.
Es importante comprender el uso del término «moral» en este Paso. Cuestiones morales son aquellas que conciernen a «lo bueno y lo malo». La intención del Cuarto Paso no es señalar acusadora-mente a usted o a otras personas por lo que hasta ahora ha funcionado mal en su vida. Este Paso no se formula para hacerlo sentirse culpable por lo que hizo o dejó de hacer en el pasado.
Creemos que el valor principal del Cuarto Paso reside en ayudarlo a identificar aquellos aspectos de su comportamiento que podrían interferir en su recuperación. Tal interferencia parte normal­mente de dos puntos: las defensas que le impiden ver la extensión y la gravedad de la enfermedad, o los peligros de una recaída; y los juicios irraciona­les e improductivos que hacen la vida difícil, in­cluso cuando se está sobrio.
Aunque seríamos los primeros en protestar contra la insinuación de que el alcoholismo repre­senta alguna forma de inmoralidad, o que el alco­hólico es el responsable de su enfermedad, cree­mos que hay un definido aspecto «moral» en el tratamiento. Es decir, una vez que ha entendido qué es el alcoholismo, y ha sido diagnosticado como alcohólico, usted está obligado por esa razón a tratarse. Y donde interviene un trata-
miento, hay claramente métodos buenos y malos de recuperación.
Al cabo de años de trabajo con alcohólicos hemos llegado a convencernos de que muchos de ellos quieren recuperarse del alcoholismo una vez que se dan cuenta que lo sufren. En algunos casos, sin embargo, este deseo de estar bien se ve soca­vado por las defensas y por los juicios irracionales que predisponen al alcohólico al fracaso. Por con­siguiente pensamos que el Cuarto Paso debería representar una valoración efectuada por el alco­hólico de su comportamiento pasado, sus actos presentes y sus planes futuros en lo que se refiere a esta enfermedad.

Defensas

Las defensas del alcohólico normalmente se cen­tran en torno a dos tipos de comportamiento que en términos de esta enfermedad son sin duda «malos»
Uno es beber. Esto no significa que el consumo de alcohol sea constitucionalmente malo para la mayoría de las personas, y no lo es. Pero beber es destructivo para el alcohólico, y en cierto punto llega a saberlo durante el desarrollo de la enferme­dad. El consumo de alcohol se debe justificar de alguna manera a pesar de las consecuencias desa­gradables que conlleva. A medida que el alcohólico pierde su control y la vida se hace incontrola­ble, estas justificaciones se vuelven cada vez más extravagantes.
El segundo comportamiento, por lo general cercado por un muro de defensas, trae consigo el fracaso en el desarrollo de un programa efectivo de recuperación. De este modo muchos alcohóli­cos intentan tratar su alcoholismo asistiendo al­guna vez a las reuniones de AA, dejándose ver en la consulta del psicólogo o bebiendo menos. Esto es como tratar de barrer un palacio con una pluma.
El siguiente es un breve examen de las defen­sas habituales del alcohólico. Adviértase cómo cada una de ellas impide ver al alcohólico cual­quier defecto en su propio plan de tratamiento.
La negación es la defensa clásica preferida por los alcohólicos de todo el mundo; según la situa­ción, puede presentarse como: «Digan lo que digan no tengo ningún problema con la bebida», o como: «¿Te das cuenta? Ya he dejado la bebida. No tengo que ir a AA nunca más». Cuando el alcohó­lico hace una negación, simplemente no quiere admitir la posibilidad de que el problema existe, a pesar de las evidencias.
La racionalización permite al alcohólico «dis­culpar» las características anormales de su forma de beber a través de «razones irrazonables». Así in-
sistirá ante su mujer en que la razón por la cual se embriagórdurante la cena obedece al hecho de que había estado trabajando demasiado última­mente, pasando por alto la circunstancia de que también se embriaga cuando no está trabajando tanto.
La externalización consiste en atribuirle las causas del consumo de alcohol a fuerzas externas a usted mismo, tales como el trabajo, la esposa, los hijos, los padres, la educación que recibió en la in­fancia y así sucesivamente. Una externalización como: «Tú también beberías si te hubieras casado (con él o con ella)», puede convertirse, con el paso del tiempo, en: «Tú también beberías si tu pa­reja te hubiera abandonado».
La minimización es otra defensa preferida, ya que permite al alcohólico admitir la existencia de un problema sin reconocer que éste le está com­plicando la vida. Por ejemplo: «Es verdad que bebo, pero no tanto», o «Siempre le grito a mi mujer, pero jamás le he pegado».
La teorización o intelectualización es la que mantiene a muchos alcohólicos entregados al al­cohol durante toda su vida. Estos bebedores ale­gan extensosv argumentos filosóficos o se embar­can en discusiones bizantinas para apartar la atención del problema principa 1. Un teórico reconocerá su problema con el alcohol, pero querrá discutir acerca de si el alcoholismo es o no una en­fermedad. Perdido en el palabrerío está el hecho de que, enfermedad o no, el bebedor ha eludido una vez más la responsabilidad de solucionar el problema.
Y así sucesivamente. Tales defensas no sólo contri­buyen a la recaída sino que también impiden al al­cohólico ver venir la reincidencia.

Juicios irracionales e improductivos

Todos tenemos un cierto número de juicios irra­cionales e improductivos que dificultan nuestra vida incluso cuando estamos sobrios. Por ejemplo:
1. «La vida no debería ser injusta conmigo.»
2. «No tengo problemas con el alcohol, como otros.»
3. «Ya quisieran los demás vivir como vivo.»
4. «Me aburro horrores. ¿Dónde estarán las emociones de la vida?»
5. «Jamás seré capaz de perdonar (olvidar) eso.»
Muchos, puestos a considerar estas ideas en le­tras de molde, se apresurarán a admitir que son improductivas e incluso absurdas. Sin embargo a veces actuamos como si se tratara de grandes ver­dades.
Piense en la mujer que clama ante la injusticia de ser una alcohólica. «¿Por qué yo?», se pregunta. Para lo cual la única respuesta es: «¿Por qué no tú?».
¿Es acaso justo que algunas personas tengan cáncer, diabetes, esquizofrenia, o enfermedades cardíacas? ¿Son acaso culpables? La justicia es una idea popular entre los seres humanos, pero con la que la Madre Naturaleza ha sido bastante avara.
El alcoholismo jamás es justo, pero existe y al­gunas personas caen en él.
Considérese al alcohólico que se sienta en una reunión de AA y se dice: «¡Bah! Eso nunca me ha pasado. No soy como estos que están aquí», pa­sando por alto el hecho de que por cada diferencia él tiene dos cosas en común con ellos, la primera, la razón por la cual ha acudido a la reunión.
Para este alcohólico será difícl aceptar el apoyo y los consejos de los demás. Y un alcohólico (o cualquiera) que se obstina en que los demás vivan según su norma está destinado a vivir una vida de frustración y desilusión. Los demás tienen sus pro­pias normas y asuntos, que con mucha terquedad, tratan de observar y resolver.
Una vez oímos afirmar a un conocido psicó­logo que: «Las personas que siempre están aburri­das son generalmente aquellas que pretenden que la vida las divierta». Siempre nos ha dejado perple­jos oír a un alcohólico asegurar que la sobriedad es aburrida o que las reuniones de AA son pesadí­simas.
Creíamos que AA era para aquellos que querían dejar la bebida, y que las películas son para los que quieren divertirse.
Y por último, están aquellos que prefieren guardar toda clase de resentimientos. De todos los peligros para la sobriedad, tal vez éste es el peor.
El resentimiento no es simplemente la cólera. Es la cólera por una situación en la cual usted se siente la víctima y además insultado, utilizado o perjudicado. Los resentimientos nos recuerdan lo ilusorio de la afirmación «la vida es bella», y hace del simple consejo de «vivir un día cada vez» una imposibilidad. ¿Cómo se puede estar en el pre­sente cuando se actúa como si la vida estuviese controlada por el pasado?
Por ejemplo: «Me dejó hace cinco años. Por eso bebo».
Claro. El mejor remedio para una aflicción con­siste en regalarse una cirrosis hepática.
Veamos este otro caso: «No quiero ir a AA; tuve una experiencia desagradable cuando fui allí hace un par de años».
Evidentemente, no tiene sentido censurar una organización de un millón de personas sólo por una experiencia con uno de sus miembros, a
quien muy probablemente jamás volverá a ver otra vez.
Cada alcohólico que aborda el Cuarto Paso lo interpreta de una manera diferente a los demás. Y una advertencia: el Cuarto Paso por sí solo es de poca utilidad. Llega a ser realmente valioso cuando se lo combina con el Quinto.

Apoyo crítico

Quinto Paso Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser hu­mano la naturaleza exacta de nuestras faltas.
Si en el Cuarto Paso usted ha sido hasta cierto punto «audaz y penetrante», sin duda habrá apren­dido bastante acerca de su propia manera de ac­tuar.
Al examinar su conducta pasada en busca de mecanismos de defensa, indudablemente encuen­tra indicios de negación, racionalización, minimi-zación y todo lo demás en donde menos lo espe­raba. Seguramente habrá tropezado con los juicios irracionales que enumeramos junto con figuracio­nes similares de su propia invención.
La calidad de su inventario dependerá mucho del estado mental y emocional que tenga cuando lo efectúe. Un Cuarto Paso hecho con seis semanas de sobriedad es muy diferente del que ha comple­tado la misma persona a los seis meses de seguir el Programa. ¿Por qué?
Simplemente porque usted ha cambido y su funcionamiento psicológico mejora con el paso del tiempo dado que ya no hostiga ciegamente su cerebro con alcohol u otras drogas. Esta es la razón por la cual llamamos a esto «recuperación».
Al finalizar el Cuarto Paso (sea cual sea su es­tado mental) usted lleva a cabo dos cometidos va­liosos que contribuyen a su restablecimiento.
Primero usted concentra su atención en sí mismo, muy especialmente en su consumo de al­cohol.
Si usted se parece a la mayoría de alcohólicos, esto contrasta con su actitud previa a su entrada a AA. En ese momento su atención estaba general­mente concentrada en todo y en todos pero «jamás» en su bebida.
Segundo, el Cuarto Paso le permite valorar, en la forma más positiva para usted, las fuerzas y de­bilidades relativas de su propio programa, te­niendo en cuenta las realidades que suponen el tratamiento del alcoholismo. He aquí un ejemplo.
Conocimos a un hombre que pasó algunos pe­ríodos dentro y otros fuera de AA (o como se dice a menudo, «dando vueltas» al Programa) durante un año aproximadamente. Asistía a las reuniones
regularmente y parecía tener ganas de que todo sa­liera bien, pero siguió teniendo recaídas de una semana de duración cada tres meses. Cada recaída era, naturalmente, más dolorosa que la anterior y aunque sólo bebía unas cuantas semanas durante el año, parecía tener más problemas relacionados con el alcohol que cuando bebía diariamente.
Ante la insistencia de su padrino, siguió ade­lante y probó el Cuarto Paso, y enseguida fue capaz de identificar su problema.
Se había casado, según supimos, en el seno de una numerosa familia italiana que era aficionada a organizar, a la menor ocasión, alegres fiestas rega­das con vino. Él y su esposa siempre asistían a ellas porque ambos disfrutaban en compañía de sus familiares y no querían ofenderlos.
Aunque nuestro amigo alcohólico era capaz de no beber alcohol en las fiestas, descubrió, después de un examen más minucioso, que sus «deslices» generalmente ocurrían una semana o dos después de una de estas celebraciones. Solía sentirse un poco afligido, abatido e irritado ante la idea de tener que asistir a las reuniones de AA.
-Comenzaba por sentir que era injusto que me tuviera que comportar como un fanático de AA, sólo para estar sobrio. Luego pensaba, ya sabe, que nunca bebía tanto como lo hacían algunos de los parientes de mi mujer.-¿Por qué ellos no tienen problemas y yo sí?
»Y después pensaba: si le dijera a esta gente de AA lo que estoy pensando me dirían que dejara de ir a las fiestas. Pero está claro que no tienen nin­gún derecho a exigirme esto. ¡No abandonaré a mi familia sólo porque unos alcohólicos me lo digan! ¡Estos de AA son unos manipuladores y estar con ellos es como estar en las Juventudes Hitlerianas! ¿Sabes qué haré? Me las arreglaré yo solo y no permitiré que una cuadrilla de borrachos me mande.
Sin poder evitarlo, se emborrachaba un par de días más tarde. El Cuarto Paso le reveló el pro­blema: su asistencia a las fiestas familiares sacaba a relucir todo el resentimiento y toda la autocompa-sión que guardaba.
Otra cosa que mucha gente descubre en el Cuarto Paso es que han estado haciendo responsa­ble de su conducta a otras personas, a menudo du­rante años enteros.
Un hombre puede descubrir que ha estado cas­tigando a su mujer durante la mayor parte de su matrimonio por ser ella la causa de su deseo de beber. Cada vez que tenía problemas con el alco­hol le echaba la culpa a ella por su frialdad, sus quejas o imperfecciones similares. Ella llega a ser la zorra de quien se lamenta a todo el que quiera escucharle, generalmente mientras está sentado en el taburete de un bar. Más tarde, durante el tra­tamiento, descubre con horror que el alcoholismo es una enfermedad y que ella no es culpable de su afición a la bebida.
Por consiguiente también se da cuenta de que además de sufrir por la bebida, ella también ha su­frido por haberla culpado de su inclinación al al­cohol.
Sólo ahora ve el problema: además de ser un al­cohólico ha actuado durante años como si los demás lo obligaran a beber. Sin embargo ahora se pregunta: ¿Podrá ella perdonarme alguna vez? ¿Acaso no me odia con todas sus fuerzas?
Antes, la certidumbre repentina del engaño a sí mismo, y la culpa que trae consigo, hubieran sido tratados inmediatamente con más alcohol. Pero ahora ha decidido no hacerlo; ha aprendido que así no resuelve nada.
Ahora está en posesión de algo que se parece a la verdad sobre sí mismo y sobre su comporta­miento pasado. Ha visto, a través del Cuarto Paso, no sólo cómo funcionan sus defensas, sino tam­bién el daño que pueden causar. Y se pregunta qué hará con las nuevas cosas que sabe de sí mismo, cómo puede vivir con ellas y usarlas pro­ductivamente.
El Quinto Paso es la respuesta. Y éste consiste en tres actos de aceptación diferenciados.
El primero está relacionado con Dios. Ya hemos dicho que «Dios» puede ser cualquier Poder Superior que se elija. Si su Poder Superior es su grupo de AA, entonces puede optar por admitir sus errores ante los sistemas del mismo.
El segundo está relacionado con usted mismo.
Se le pide que aprenda a llamar a las cosas por su verdadero nombre, sin endulzarlas. Si alguna vez maltrató a su pareja o a sus hijos, entonces dígalo, con esas mismas palabras.
La cuestión, al fin y al cabo, es comprender la realidad del alcoholismo en toda su crudeza y en la amplia gama de consecuencias que ha signifi­cado para su vida.
Es a través de esta realidad que se acepta la existencia de la enfermedad y llega a sentirse a gusto con la necesidad de tratarla.
La tercera aceptación es la de otro ser humano. Le sugerimos que escoja a alguien en quien usted confíe para decirle la verdad. Puede ser un amigo íntimo, tal vez alguien en AA¿ a quien admire, res­pete y crea. Incluso podría ser alguien práctica­mente desconocido. Sea quien fuere debería ser una persona de quien usted pueda aceptar una crí­tica.
Muchos en AA utilizan a su padrino para el Quinto Paso. Si usted no tiene padrino, vuelva al Cuarto Paso y trate de descubrir por qué.
Tal vez usted esté tratando de desembarazarse del compromiso que trae consigo la relación entre el padrino y el recién llegado. Tal vez esté bus­cando a un gurú antes que a un padrino o tal vez usted es un egoísta que no cree que alguien le pueda enseñar algo.
Una utilidad importante del Quinto Paso es que quema algunos puentes claves entre usted y
aquel antiguo alcohólico, enfermo y anclado en las defensas que usted solía ser. Naturalmente, será difícil volver a sus gastados pretextos después de ser más consciente de lo que le pasa.
El Quinto Paso, en este sentido, cierra una puerta al pasado mientras abre una nueva al pre­sente. Ahora está comprometido en un diálogo vivo con su Poder Superior, con un tercero y, lo más importante, con usted mismo.
Esto refuerza su propia imagen no sólo como un alcohólico, sino de un modo más relevante, como un alcohólico que se está recuperando pro­gresivamente.
A los psicólogos les gusta hablar de la «escasa autoestima» del alcohólico. Los Doce Pasos lo pue­den remediar si usted lo permite.

La necesidad de cambiar y el cambio

Sexto Paso Estuvimos dispuestos a dejar que Dios eliminase todos esos de­fectos de carácter.
Séptimo Paso Humildemente le pedi­mos a Dios que nos librase de nuestros defectos.
Como los Pasos Sexto y Séptimo en la práctica son casi imposibles de separar, los trataremos de una manera conjunta.
Pero para demostrar cómo se pueden usar estos dos Pasos en la recuperación, necesitamos aclarar la frase «defectos de carácten> del Sexto Paso.
Ante todo debemos entender que durante la mayor parte de la historia se identificó incorrecta­mente al alcoholismo como un trastorno de la per­sonalidad. Este error se afianzó de tal manera que tanto alcohólicos como no alcohólicos creyeron siempre que los alcohólicos bebían en exceso a causa de una debilidad moral o psicológica.
Esto es una gran injusticia para el alcohólico, ya que no es cierto. El concepto de alcoholismo como un trastorno de la personalidad sencilla­mente no concuerda con los hechos tal como los entendemos.
De una manera más significativa, esta idea equivocada estigmatizaba al alcohólico de la misma manera que a veces la epilepsia estigmati­zaba a sus víctimas.
Tal vez más que cualquier otro factor, este es­tigma ha impedido a los alcohólicos recurrir a un tratamiento, y esto ha conducido a la muerte inne­cesaria de miles de ellos, a pesar del hecho de que el alcoholismo puede ser tratado.
Veamos cómo interfiere el estigma:
• Transformando el nombre de una enferme­dad en un adjetivo hiriente y el diagnóstico en una acusación.
• Atribuyendo la afición al alcohol a «defec­tos» imprecisos de personalidad, lo cual se­para aún más al ya aislado alcohólico del resto de los humanos.
• Aleccionando a aquellos que rodean al alco­hólico a tergiversar su conducta y a ense­ñar al alcohólico a comprenderse errónea­mente.

La necesidad de cambiar y el cambio

Esto es lo que, según creemos, esta idea del «trastorno de personalidad del alcohólico» ha hecho al alcohólico.
Así puede verse por qué ponemos especial cui­dado para explicar la que creemos es la interpreta­ción más adecuada de la expresión «defectos de carácter». Muy a menudo las personas bieninten­cionadas usan esta frase como una justificación para volver a la antigua teoría del trastorno de per­sonalidad perteneciente al modelo pre-patológico.
Creemos que los «defectos de carácter» deben referirse al tipo de mecanismos de defensa y jui­cios irracionales que tratamos en el capítulo sobre el Cuarto Paso. Porque son esos aspectos del carác­ter del alcohólico con los que realmente hay que enfrentarse en la recuperación.
En el Cuarto Paso el alcohólico identificaba ac­titudes, creencias y comportamientos que le ha­bían causado problemas en el pasado.
En el Quinto paso esta autovaloración era com­partida con un recién hallado Poder Superior y con otra persona.
Ahora, según dan a entender estos Pasos, el al­cohólico debe comenzar un largo proceso de cam­bio de esas actitudes y conductas.
¿Por qué? Simplemente porque sin tales cam­bios la sobriedad sigue siendo frágil, y la sereni­dad imposible.
En AA la serenidad es generalmente considerada como un producto derivado de la aceptación de la enfermedad y de la necesidad de tratarla; de usted mismo tal como se encuentra en este mo­mento; y del mundo tal como lo ve, con todas sus imperfecciones.
Esta clase de aceptación evidentemente no se puede lograr sólo deseándolo; ésta representa una utilización continua del Programa de AA a través del tiempo.
Sin embargo el primer movimiento hacia la aceptación viene mediante los Pasos Sexto y Sép­timo con su énfasis en las actitudes de cambio.
Adviértase que el cambio descrito requiere no una sino dos acciones separadas.
La primera es la asunción de una actitud de buena disposición. El alcohólico se prepara para el cambio.
No se trata sólo de que diga: «Estupendo, PS, estoy totalmente cambiado, así que no te preocu­pes, aquí tienes una nueva persona y desde ahora todo será diferente».
Cambiar uno mismo no es como cambiarse los calcetines. Y estar dispuesto al cambio no es lo mismo que desearlo.
Veamos el caso de una mujer que durante años había tratado de dejar de fumar. Cada intento du­raba algunas semanas y luego recaía. Acudió a hip­notizadores, médicos y a todo lo que se le ocurría pero siempre fracasaba. Finalmente renunció.
«Al diablo -pensó-, sé que probablemente me
moriré de cáncer de pulmón pero creo que no me importa. Desde luego, no parece que pueda tener fuerzas para dejar el tabaco.»
Al cabo de unos tres meses de haber tomado esta decisión, un día en que ya se había fumado la mitad de las tres cajetillas habituales, leyó un ar­tículo en una revista sobre la adicción a la nico­tina. Nunca había tropezado con este concepto ya que siempre había considerado que fumar era un mal hábito, o una respuesta al estrés, noción que había reforzado su tratamiento anterior. Jamás se le había ocurrido que podía fumar tanto y tan con­tinuamente porque era físicamente adicta a una droga.
De pronto, ahora todo adquiría sentido para ella. Pudo entender cómo la fuerza de voluntad la abandonaba cuando tenía que habérselas con los sufrimientos que impone la abstinencia del ta­baco. Comprendió por qué tenía que fumar cada cinco minutos.
Y también comprendió la verdad de que si su malestar, ansiedad, insomnio e irritabilidad eran producto de un síndrome de abstinencia, se desva­necerían con el tiempo. Todo el mundo sabía que la abstinencia no podía durar siempre.
Una idea comenzó a germinar en su mente. «Tal vez, pensaba, la razón por la cual comienzo a fumar otra vez después de cada tratamiento, es porque me convenzo de que mi malestar nunca desaparecerá. Tal vez espero de mi organismo más de lo razonable, como vencer el ansia de nicotina al cabo de sólo tres semanas.
»Si, por otra parte, supiera que el ansia y el ma­lestar al dejar de fumar disminuyen con el tiempo, podría convivir con ellos.»
Algunas semanas más tarde examinó otra vez el asunto. «Bien, se dijo, creo que intentaré dejarlo una vez más. Sin embargo ahora lo haré de una forma diferente. En vez de creer que cada síntoma de malestar es una catástrofe en particular y com­padecerme, lo consideraré como una parte de un simple síntoma físico de abstinencia que desapa­recerá con el tiempo por sí solo. Y en vez de ha­cerme promesas, y hacérselas a los demás, de que éste será el último cigarrillo de mi vida, sólo me diré que hoy no fumaré.
»Y cuando comience a sentir la falta del cigarri­llo después de cenar, me diré: "¡Pobrecita! No te morirás de cáncer de pulmón. ¡Qué pena!"»
Cuando llegó el día decisivo miró hacia lo alto y rezó por primera vez en mucho tiempo. He aquí su oración:
«Señor, si me das la fuerza necesaria para ma­nejar esta situación, hoy no sucumbiré.»
Nos asegura que, con gran sorpresa suya, dejar de fumar en este último intento fue un juego de niños. Eso fue hace cinco años.
Creemos que esta pequeña historia ilustra la di­ferencia entre desear cambiar y estar dispuesto a aceptar el cambio.
Y creemos que la misma verdad es aplicable al alcohólico que habiendo dejado la bebida por mi­lésima vez, desea desesperadamente hacer de esto una condición permanente.
Sus posibilidades de éxito dependen no sólo de su deseo de cambio sino también del deseo de aceptar lo que sucede cuando el cambio ocurre.
Cuando un alcohólico se autodiagnostica por pri­mera vez y deja de beber decimos que está en co­laboración. Sabe lo que el alcohol le ha ocasio­nado y quiere detener el proceso de deterioro. Se ha hecho miembro de AA y ha comenzado a traba­jar estos Pasos en la esperanza de que lo ayudarán a aprender a vivir sin el alcohol.
Dicho de otra manera, ha seguido unas instruc­ciones.
En muchos casos estas instrucciones tienen una procedencia externa. El hecho de vivir sobrio no le parece al alcohólico algo totalmente natural. Si bebe es porque lo cree necesario y porque teme otras opciones que además le parecen pere­grinas.
Andando el tiempo, en algún momento, con una ligera diferencia para cada persona, esta acti­tud cambia: acepta el nuevo estilo de vida que ha elegido.
Más que provenir del consejo de otroos, la so­briedad llega a ser un producto de sus propios deseos. Ahora se trata de un programa interno que usted sigue. No beber, un asunto tantas veces pen­sado, se transforma en algo tan natural como le­vantarse por la mañana.
En vez de luchar consigo mismo por asistir o no a cierto número de reuniones de AA, ahora usted quiere ir a ellas, porque le son valiosas.
Este es el proceso, el de la transición de la co­laboración a la aceptación, que los Pasos Sexto y Séptimo facilitan.
Generalmente cuando una persona se entera de que sufre una enfermedad incurable, experimenta un repentino sentimiento de humildad. Aquello que normalmente ocupa sus pensamientos, di­nero, sexo, gloria, éxito o fracaso, pierde impor­tancia. Cualquier problema que tuviera le parece ahora insignificante, no le merece atención.
Algunos dicen que en esta situación, el tiempo parece detenerse un momento, como si algo que puede amenazar su vida, amenazara también la existencia misma del mundo.
Incluso cuando ya están en tratamiento, y a me­dida que pasan los días, los pacientes de estas en­fermedades afirman que tienen una nueva con­ciencia de la importancia relativa de los asuntos mundanos y de sus egocéntricas ambiciones ante esta demostración de su propia mortalidad.
Esto es totalmente comprensible. Los seres hu-
manos pasamos gran parte de nuestra vida ha­blando de la importancia de la buena salud, pero aprendemos a valorarla cuando no la tenemos.
La salud es lo principal, nos enseñaron nues­tras abuelas, pero nunca obramos como si eso fuera verdad. Siempre quisimos algo más que estar vivos.
Y así es, hasta que nos enfrentamos con la posi­bilidad de morir. Llegados a este punto las cosas importantes de la vida cambian: desde obtener un ascenso en el trabajo, cambiar el coche, demostrar su eficiencia; a las cosas más simples: como com­partir una comida con su mejor amigo, disfrutar de una agradable tarde de fútbol, saber que, una ma­ñana más, encontrará a su lado en el lecho un ros­tro querido.
Las personas que sufren un ataque al corazón perciben estas sensaciones, también los pacientes con cáncer. Padecer una enfermedad incurable, potencialmente mortal, nos enseña que la vida más que un «derecho» es un verdadero «privile­gio».
Un privilegio del que a menudo se abusa.
Cuando un alcohólico empieza a tratar por pri­mera vez su enfermedad lo hace desde la perspec­tiva más estrecha. La idea de que todos estos años de problemas con el alcohol, tan reiteradamente atribuidos a las circunstancias, a otras personas, a trastornos psicológicos y cosas parecidas, podrían representar realmente el desarrollo de una enfermedad potencialmente fatal, no tiene cabida en él. En cambio el alcohólico se preocupa por la ma­nera en que dirá que no a las bebidas en una fiesta, por la asistencia a las reuniones de AA, por lo que hará cuando se enfrente con un problema. Todo ello es algo natural: la recuperación de­pende de estos cambios cotidianos de una manera de vivir con la bebida a otra manera de vivir sin ella.
Sin embargo, una vez recorrida una pacte del camino, el alcohólico tal vez se detenga a pensar acerca de lo que este proceso de recuperación sig­nifica exactamente.
Quizá, con una mente más despejada, sin la ne­cesidad de estar a la defensiva, con más lucidez, el alcohólico se da cuenta por vez primera de los daños que los efectos de esta enfermedad le han causado.
Incluso podría percibir, como muchos lo hacen, que en vez de haber pasado un «par de años bebiendo excesivamente», ha sufrido de alco­holismo desde su adolescencia.
Cualesquiera sean las circunstancias, el alcohó­lico generalmente no se da cuenta del significado de su recuperación hasta bastante tiempo después de haber abandonado la bebida. Y a veces, solo o en una reunión de AA, esta idea lo iluminará como la proverbial lamparilla en la cabeza.
Ese «asuntillo de la bebida» fue una cuestión de vida o muerte.
Si no hubiera recobrado la sobriedad, tal vez hoy no estaría aquí. Al acudir a AA y al Poder Supe­rior ha salvado su propia vida.
Esto lo puede convertir en un alcohólico agra­decido; aquel que se dio cuenta, a través de la ex­periencia de la recuperación, de cómo es real­mente la vida.
Sin la enfermedad, cree, bien podría haber pa­sado sus días a la caza de los espejismos del éxito y la gloria, perdiéndose todo lo que realmente im­porta. Lo valioso de la vida, no consiste en la ambi­ción, el orgullo o la codicia.
Ha aprendido a ser humilde.
Y ésta es una de las lecciones de los Doce Pasos.

Recogiendo los pedazos

Octavo paso Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos ofendido y nos dispusimos a enmendar el daño que les causamos:
Muchas enfermedades crónicas afectan no sólo a su víctima sino también a quienes la rodean.
Desde este punto de vista, el alcoholismo se lleva la palma sin discusión. Esta enfermedad oca­siona daños directos e indirectos a las personas que viven con el alcohólico o que con él se rela­cionan. El daño siempre puede ser tanto físico como psicológico. El daño indirecto surge de la malinterpretación de los síntomas que hacen aquellos que rodean al alcohólico.
Veamos este ejemplo: Un alcohólico, todavía no diagnosticado, sale de copas con sus amigos al acabar su trabajo. Se propone pasar una hora en el bar y luego ir a casa a celebrar con su familia el cumpleaños de su hijo.
Sin embargo, después de algunos tragos, su casa se hace cada vez menos importante hasta que se olvida totalmente de lo que pretendía hacer. Sigue bebiendo hasta casi las diez de la noche y luego se va a casa haciendo eses.
Su mujer, enfurecida, le riñe a voz en grito ape­nas él se asoma por la puerta. Sabe que ha hecho algo malo pero su cabeza confusa no le permite saber de qué se trata. Como no tiene algo mejor que hacer, comienza a reprender a su hijo por no guardar sus juguetes. El niño, ya enfadado con su padre por haberle estropeado la fiesta de cumplea­ños, le contesta mal. Su padre le da un cachete y el niño se va llorando a la cama. Esa noche su mujer cierra con llave el dormitorio, y el alcohólico, con la ayuda de algunos tragos más de coñac, duerme en el sofá.
Al otro día su hijo y su mujer se muestran ofen­didos con él. Puede advertir el enfado pero no sabe si tiene algo que ver con él ya que en realidad no consigue recordar lo que ha pasado la noche anterior.
En este ejemplo hay diversos niveles de dolor infligido a la familia.
Ante todo hay un dolor físico, directo: un niño ha sido maltratado. Bien podría haber sido la es­posa.
Luego hay un dolor emocional directo: la con-
fianza de la esposa en la palabra del marido ha sido socavada por la promesa rota; sus sentimien­tos y los de su hijo, heridos por la negligencia de su marido y el niño escogido como víctima de la cólera de su padre trastornado.
Además hay un sensible dolor indirecto. Per­pleja por la conducta de su marido, la esposa se pregunta: «¿Qué le pasa últimamente a este hom­bre?». Si es la mujer típica llegará a la conclusión de que su marido o bien es irresponsable por na­turaleza, o bien que la familia no le importa, o que quiso castigarla por alguna ofensa que ella no co­noce, o que el niño no le gusta, o bien que no la quiere.
El hijo del alcohólico, por su parte, acaba pen­sando que «lo que le pasa a papá» es que o está profundamente disgustado con él, o es un canalla despreciable, o quizá nunca lo quiso.
Sobre todo la familia estará perpleja por la acti­tud que adopta el alcohólico después de tal repre­sentación. «Actúa como si nada hubiera pasado, se dicen. Tal vez todo fue un error, o tuvo un día fatal en la oficina.» En realidad deberían hacer algo para contentarlo, luego se sentirían doblemente frustrados cuando, a pesar de sus esfuerzos, su­cede otro episodio similar.
Acabarán por obsesionarse no sólo por su com­portamiento extraño, sus arranques de cólera y sus rachas de melancolía sino también por su carácter absolutamente incontrolable.

Recogiendo los pedazos

La preocupación de la familia será: «¿Qué pa­sará esta noche cuando papá llegue a casa?»
Todo ello representa una malinterpretación de los hechos comprensible, inevitable y completa­mente destructiva.
Transcurrido un tiempo, el alcohólico llega a darse cuenta de la creciente desconfianza de su fa­milia, de la reacción negativa que en ella provoca. Para justificarse apela a sus mecanismos de de­fensa.
Adereza tales episodios a su gusto contándose una versión de los hechos menos acusadora. Culpa a otras personas, incluso a las que hace daño. Niega que los hechos hayan ocurrido, convencién­dose de la locura de los demás, y se aparta de la gente y se aisla. Estalla ante la crítica más leve o re­husa tratar el problema. Sobre todo trata de olvi­darse de todo con más alcohol.
Entonces ya tenemos establecido un círculo vi­cioso. Cada síntoma de pérdida de control se com­plica con una reacción de los otros, seguida de una reacción opuesta del alcohólico. Sucesivas capas de errores y malentendidos se van acumu­lando. Finalmente, cuando la seriedad de estos síntomas asoma en la conciencia del alcohólico, por ejemplo, cuando le ponen una multa por con­ducir bebido, o cuando recibe una advertencia de su jefe por faltar los lunes, en vez de sentirse esti­mulado a resolver el problema, se siente inducido a beber más. Esto es añadir leña al fuego ya que
se tratan las consecuencias de la bebida con las causas.
Al cabo de algunos años, el alcohólico, se de cuenta o no, se sentirá invadido por la culpa. Y esta culpa también puede haberse transformado en parte del problema como la enfermedad misma, ya que seguirá bebiendo para ahogar su re­mordimiento.
He aquí la importancia del Octavo Paso. No es ni más ni menos que un remedio específico para la culpa resultante de sus actos mientras está be­bido, y también es una alternativa a la depresión y al reiterado acto de beber.
Esta alternativa consiste en hacer enmiendas. Su propósito es el de curar antiguas heridas y per­mitir al alcohólico olvidar las faltas del pasado y atender plenamente las necesidades del presente.
Tal como hemos visto, todo cambio supone no una sino dos acciones. La primera, como explica­mos, es asumir una buena disposición.
He aquí cómo ha de hacer el Octavo Paso.
Primero siéntese y haga una lista de las perso­nas a quienes cree que ha hecho daño cuando bebía.
Sabrá quiénes son, no necesita buscar a todos los que alguna vez ha insultado, cada factura que ha pagado más tarde de lo que debía, este Paso no está dirigido a ellos. En cambio observe el daño que su alcoholismo ha causado a aquellos que realmente importan en su vida.

Recogiendo los pedazos

Si se siente mal por haber hecho algo, entonces apúntelo en la lista. Enfréntese a la verdad.
Pero sobre todo, mientras haga este Paso, re­cuerde que cuando hizo todo lo que ahora la­menta, sufría, sin saberlo, una enfermedad cró­nica, y también la intoxicación, la agitación emocional, la confusión y los síntomas defensivos que la acompañan. Estos problemas tuvieron su origen no en una naturaleza maléfica sino en el al­coholismo. Son también los efectos de esta enfer­medad, como lo son la ebriedad, la amnesia y las afecciones hepáticas.
De este modo, debería grabarlo en su memo­ria, usted también sufrió los efectos físicos, emo­cionales y psicológicos del alcoholismo, y tal vez también quiera darse algunas compensaciones. El propósito de estos Pasos es la franqueza consigo mismo y no la autoflagelación.
¿Cómo saber cuándo se está dispuesto a hacer reparaciones una vez efectuado el Octavo Paso?
Cuando pueda enfrentarse al daño que su afi­ción al alcohol ha causado a otros sin odiarse a usted mismo.

Diciendo adiós al pasado

Noveno Paso Reparamos, directamente a cuantos nos fue posible, el daño que les habíamos causado, salvo en aquellos casos en que el hacerlo los perjudicaría a ellos o a otros.
A primera vista el Noveno Paso parece uno de los más sencillos y fáciles de los doce.
En el Octavo Paso el alcohólico había hecho una lista de las personas a quienes había causado algún daño a consecuencia de su inclinación a la bebida. El Noveno Paso, muy lógicamente, pide que se proceda a hacer reparaciones a esas perso­nas como una preparación al inicio de una vida sin alcohol. Pero aquí surge la cuestión acerca de qué se entiende por «reparación». Es decir, ¿qué debe hacer un alcohólico para compensar por el daño causado en el pasado?
Para algunos alcohólicos esto no representa ningún problema. Pero para otros, más originales y menos lógicos, el Noveno Paso es una lista de le­yendas.
Conocimos a un individuo que, durante tres días de juerga, se las arregló para perder diez mil dólares en Las Vegas. Cuando se recuperó de la bo­rrachera no podía recordar dónde había ido a parar el dinero. ¿Lo había gastado, perdido en el juego, se lo habían robado, se lo había dejado en algún restaurante o en la habitación de un hotel, o simplemente lo había tirado por la ventana? No había manera de averiguarlo.
No es la primera vez que esto le sucede a un al­cohólico, ni será la última. Había, sin embargo, un pequeño problema que complicaba esta situación tan especial. El dinero no era suyo.
Los diez mil dólares pertenecían a su jefe y re­presentaban la recaudación de una semana del su­permercado donde éste trabajaba. Debía haberlos ingresado en el banco en su camino de regreso del trabajo a casa.
Cuando volvió en sí, el alcohólico se dio cuenta que no sólo lo despedirían por perder el dinero sino que su jefe podría creer que se lo había robado. Por tanto, tenía que inventar un robo para tener una coartada.
Después de mucho devanarse los sesos ideó un plan.
Primero buscó el aparcamiento donde había
dejado su coche hasta que, para gran alivio suyo, pudo encontrarlo. Podía parecer que no había ido a Las Vegas ya que no existían registros de billetes que pudieran acusarlo. No tenía tarjetas de crédito, por lo que tampoco habría huellas que probaran que había estado en Nevada. Así que todo lo que debía hacer era sobornar al empleado del hotel para que destruyera su ficha de registro, cosa que hizo con diligencia.
Después volvió en su coche a casa. En su garaje encontró un martillo y en el botiquín, un frasco de barbitúricos.
Tomó varias cápsulas ayudándose con un poco de whisky y esperó hasta que comenzó a quedarse dormido. Entonces, un momento antes de que se le cerraran los ojos, reunió todas sus fuerzas y se propinó un fuerte golpe en un lado de la cabeza con el martillo.
Durmió sin interrupción hasta la mañana si­guiente. Luego llamó a la policía y cuando los agentes llegaron les contó la historia siguiente:
-«Salí de trabajar el viernes a eso del mediodía, llevando conmigo el dinero, y tuve tal'mala suerte que me metí en un embotellamiento que no per­mitió llegar al banco a tiempo. Bueno, sabía que mi jefe se pondría furioso y como temía que me despidiera decidí llevar el dinero a casa e ingre­sarlo en el banco el lunes a primera hora.
Guardé el dinero en un cajón de mi escritorio y me fui a dormir. A las tres de la mañana aproximadamente unos ruidos me despertaron. Eran ladro­nes. Traté de alcanzar el teléfono pero dos hom­bres me asieron y me derribaron. La posibilidad de que me mataran me aterrorizaba. Creí que habían venido porque sabían que tenía el dinero y les dije que les diría dónde estaba si no me mataban. Estu­vieron de acuerdo y les dije que el dinero estaba en el cajón. Ahora caigo en la cuenta de que tal vez no sabían nada de los diez mil dólares y yo lo saqué a relucir sin ninguna razón. Pero en ese mo­mento no tenía duda de que era por eso por lo que habían entrado.
»En todo caso, una vez que cogieron el dinero, me encerraron en el garaje y fue en este momento cuando hice lo posible por salir.»
Por más inverosímil que la historia pudiera pa­recer, tanto el agente como el oficial parecieron quedar convencidos. El dinero estaba asegurado, y por lo tanto fue reembolsado, y al alcohólico lo despidieron sin contemplaciones. Como no se for­mularon cargos por robo, el alcohólico esperaba que el episodio acabara ahí.
Cerca de un año después este bebedor ingresó en AA y dejó de beber. Más tarde, mientras hacía este Noveno Paso, se enfrentó con un dilema: ¿De­bería confesar esta peripecia? ¿Tendría que hacer una reparación?
Su padrino le dijo que en un caso como éste, donde ya se había restituido el dinero a la persona que lo había perdido y donde la honradez a rajata-
bla podría disgustar más a su jefe, era mejor olvi­darse. Comprometerse a devolver los diez mil dó­lares podría significar una pena de prisión para el alcohólico y la obligación del jefe de devolver el dinero a la compañía aseguradora.
De este modo el alcohólico decidió olvidarlo. Siguió adelante con los Pasos prometiéndose que si tenía alguna oportunidad de hacer una repara­ción la haría.
Casi un año más tarde recibió un paquete por correo, que contenía una carta y cerca de tres mil quinientos dólares en efectivo. La carta decía:
Estimado señor:
Somos la familia a quien usted ayudó en un momento de penuria con su amable donación, hace algunos años en Las Vegas. Queremos que sepa que nuestro pequeño Bobbie se está recupe­rando. Sin su ayuda no hubiera podido sobrevivir.
Siempre lo recordamos en nuestras oraciones. Queremos devolverle algo del dinero que nos dio; se trata de una cantidad que ahorramos por si Bobbie caía enfermo otra vez. Pero ahora ya no lo necesitamos. Nos dijo que era muy rico y sabe­mos que no lo necesita, pero nos sentiremos mejor si se lo reintegramos.
Muchas gracias y que Dios le bendiga.
Evidentemente el alcohólico había regalado el di­nero en un arranque de samaritanismo y se había olvidado. Cogió los fajos de billetes, los envolvió y los envió a la compañía de seguros que había pa­gado la indemnización a su jefe.
Cuando se hace el Noveno Paso es de gran ayuda recordar la frase: «Salvo en aquellos casos en que el hacerlo los perjudicaría a ellos mismos o a otros.» En otras palabras: «salvo en aquellos casos en que hacer reparaciones hace más daño que be­neficio».
Supongamos que una de las personas a las que debe hacer reparaciones es su ex esposa. Le gusta­ría llamarla y pedirle perdón por lo que ha hecho.
Sin embargo ella se ha vuelto a casar y a usted no se le pasa por alto el hecho de que su llamada podría perturbar esta nueva relación. Tal vez sería mejor olvidarlo. Si saber algo de usted, le puede acarrear a ella más daño que beneficio, usted no debería intentarlo.
El objetivo del Noveno Paso, por tanto, es decir adiós al pasado. Debe actuar de tal modo que se permita dejar de preocuparse por la forma en que solía vivir la vida y consolidar una nueva actitud firmemente centrada en la manera en que ahora vive su vida.
Las «reparaciones» de este paso son un modo de quemar algunos puentes emocionales, aquellos que implican culpa, y también la construcción de nuevos puentes que dependen de la comunica­ción sincera.

Viviendo sin reincidencias

Décimo Paso Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inme­diatamente.
Como el resto de la especie humana, no soporta­mos equivocarnos.
Suavizando la expresión diremos que si el asunto que se discute no es importante, entonces no nos importa admitir que nos hemos equivo­cado.
No es algo que nos guste especialmente, pero tampoco es tan traumático.
Por otra parte si la materia en cuestión es algo muy importante para nosotros, una idea que siem­pre hemos creído perfecta o una opinión muchas veces defendida, no soportamos que sea puesta en duda.
Incluso puede llegar a ser una experiencia de­sagradable y mortificante.
Sin embargo no creemos ser los únicos en ac­tuar de esta manera. Todos nuestros amigos, fami­liares, vecinos, conocidos, y hasta nuestros enemi­gos parecen comportarse de la misma manera.
Como a ninguna de las personas que conoce­mos le gusta equivocarse hemos llegado a creer que esto es parte de la naturaleza humana. Todo el mundo quiere tener razón, nadie quiere creer que está equivocado.
Tristemente, con bastante frecuencia, todos no­sotros lo estamos.
Examinemos la experiencia que tuvimos en el tratamiento de alcohólicos hace algunos años. Por entonces utilizábamos lo que llamábamos técnicas de «la mente serena»: le decíamos al alcohólico que sufría un trastorno de personalidad subya­cente que lo conducía a la bebida, trastorno que debía ser el verdadero objetivo del tratamiento. La parte física del alcoholismo, pensábamos, acababa cuando el paciente dejaba de sentirse perturbado. La adicción importante era psicológica. Después de todo, ¿no era esa la causa por la cual el paciente había comenzado a beber?
Un día, mientras poníamos en práctica estas ideas, un paciente nos mostró una monografía de James Milam. Este ensayo bastante árido -e im­preso en el más horrible papel anaranjado que se pueda haber visto- desafiaba, en términos inequí-
vocos, cada una de nuestras creencias sobre alco­holismo.
En vez de ser una consecuencia de un trastorno de personalidad, el alcoholismo, según Milam, era en conjunto el resultado de una adaptación física. Era hereditario, sostenía Milam, y los diversos pro­blemas psicosociales que constituían el objetivo del tratamiento, tal como nosotros lo considerába­mos, eran el resultado y no la causa de la enferme­dad.
En lugar de representar defectos de personali­dad permanentes que acosan al alcohólico durante toda su vida, estos problemas psicológicos pueden resolverse con el tiempo si el alcohólico deja la bebida.
Todo esto era revolucionario. Por esta razón comprobamos todos los datos aportados por Milam y descubrimos que, en efecto, el alcoho­lismo era eso que él afirmaba que era: una enfer­medad fisiológica crónica.
Naturalmente, hubo largas discusiones entre los investigadores, pero esto no nos preocupó. Un científico amigo nuestro define humorísticamente la investigación en ciencias naturales como «conje­turas seguidas de debate».
Para nosotros, sin embargo, el asunto estaba claro: el alcoholismo no parecía ser una enfer­medad mental. Tampoco parecía representar un trastorno de la personalidad, ni tampoco era una reacción al estrés que podía provocar cualquier situación, ni un intento de poner remedio a un problema emocional subyacente.
Esto nos puso en un compromiso porque prác­ticamente todos los tratamientos que usábamos es­taban basados en esas suposiciones que ahora, según se demostraba, eran incorrectas.
Nuestra desazón era evidente. Habíamos tra­tado gran cantidad de alcohólicos en los últimos años, enviándolos a AA, ayudándolos a alcanzar la sobriedad. Habíamos efectuado algunos cambios importantes en nuestros métodos a lo largo del tiempo, pero no de esta envergadura.
Supogamos que hubiéramos seguido ense­ñando lo que siempre habíamos enseñado. ¿Acaso no dejaban de beber los pacientes? ¿Por qué pasar por todo el trance de cambiar nuestros métodos? No vimos que ninguno de los otros «expertos» cambiara el suyo. ¿Quién se daría cuenta de la di­ferencia? La respuesta era clara: nosotros.
Podíamos seguir haciendo lo que hacíamos. O podíamos admitir que nos habíamos equivocado, hacer una larga y profunda autocrítica y cambiar.
Fue lo que decidimos hacer. En este caso nues­tro orgullo por la calidad de nuestro trabajo era mayor que la necesidad de tener razón.
Fue muy duro al comienzo. Recordemos que todo lo que habíamos hecho se basaba en suposi­ciones anticuadas. Esto significaba que nuestros pacientes y sus familiares podían señalar errores en lo que en ese momento hacíamos.
Alguien de nuestro equipo recuerda un día en que estaba dando una charla a un grupo sobre la importancia del crecimiento emocional para llegar a ser una persona autorrealizada. Uno de los alco­hólicos de la audiencia le pidió que le dijera clara­mente qué tenía que ver todo eso con el hecho de dejar de beber. .
Lo explicó en términos comprensibles para el alcohólico pero a la vez pensaba para sí: «Bueno, ésta es realmente una buena pregunta. ¿Qué tiene efectivamente que ver esto con el abandono de la bebida?»
Evidentemente se trataba de otra suposición.
Lentamente, a través de un proceso con mu­chas equivocaciones, dándonos cuenta de todo esto y efectuando cambios, perfeccionamos un programa de tratamiento que seguía basándose en los Pasos de AA, pero que también era conse­cuente con nuestra nueva manera de ver el alcoho­lismo como una enfermedad. Esto no sucedió de un día para el otro. Nuestro nuevo programa sur­gió de un examen constante de nosotros mismos y de nuestros métodos a través de los años.
A veces efectuábamos algún cambio en el pro­grama que creíamos sería de utilidad, y luego des­cubríamos que no era así. Entonces debíamos ad­mitir que nos habíamos equivocado y teníamos que comenzar desde el principio.
A veces debíamos tragarnos nuestro orgullo, admitir que sencillamente no sabíamos resolver un problema concreto y pedir a alguien que nos enseñara lo que él había hecho para luego poder imitarlo.
De todos los errores cometidos y corregidos surgió lo que creemos es un programa de trata­miento consistente, efectivo, útil, y sobre todo práctico. Estamos satisfechos y pensamos dejarlo tal como está. Es decir, hasta que encontremos otro error.
Por si todavía no lo ha comprendido, lo que acaba­mos de describir representa una muestra del Dé­cimo Paso.
Identificamos un error en nuestros métodos, uno muy importante, según se demostró después. Nos tragamos nuestro orgullo, nuestro deseo de tener siempre razón y comenzamos a revisar nues­tros métodos.
Esto se debía hacer cada día. No había manera de que pudiéramos prever los cambios que ten­dríamos que hacer antes de que el programa se pusiera en funcionamiento. Teníamos que ser fle­xibles. Si hubiéramos insistido en hacer sólo aque­llas pocas cosas que habíamos planeado al princi­pio, la adopción de una nueva actitud y de un nuevo sistema terapéutico hubiera resultado un completo fracaso. Debíamos contar con un mé­todo para efectuar cambios a medida que avanzá­bamos.
Este es el espíritu del Décimo Paso. El Pro­grama se va solidificando y mejorando a través de un autoexamen ininterrumpido. De esta manera se puede vencer al peor enemigo de la recuperación: la propia necesidad, natural y humana de tener razón.
El Programa de recuperación puede cambiar a medida que usted cambie, digamos que puede ad­quirir vida, como usted mismo.
Tomándose el tiempo necesario para observar lo que hace cada día, puede hallar las soluciones a problemas que nunca podría haber identificado mientras se encontraba en el Cuarto Paso.

Transitando por el sendero

Undécimo Paso Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nues­tro contacto consciente con Dios, tal como nosotros lo entendemos, pidién­dole solamente que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fortaleza para aceptarla.
Cuando se le pregunta a un alcohólico activo qué es lo que no funciona en su vida, busca la res­puesta fuera de sí mismo.
No obtiene los ascensos que desea en su tra­bajo, su mujer es una regañosa, sus hijos se han convertido en delincuentes, el dinero no alcanza para nada, su casa es muy pequeña.
Cuando se le pregunta qué cree él que podría mejorar su calidad de vida, una vez más propone cambios externos.

Transitando por el sendero

Tal vez debería divorciarse, encontrar una mujer que realmente lo comprendiera, cambiar de trabajo, mudarse a otro barrio.
Este hábito persistente de la externalización es una venda que le impide ver su propia relación con el alcohol.
La bebida, desde su punto de vista, es la medi­cina que hace tolerable un medio externo insopor­table. Sin alcohol, no podría arreglárselas para vivir.
Bebe tanto, según cree, porque su vida es muy difícil.
La recuperación supone, para muchos alcohóli­cos, un cambio total de esta actitud. En vez de bus­car la raíz de sus problemas fuera de sí mismos, aprenden a observar su propio comportamiento, sus propias actitudes. Y en vez de tratar de encon­trar soluciones en los cambios superficiales del medio, se pide a los alcohólicos en recuperación que busquen auxilio a través de su comunicación con un Poder Superior.
Al principio, pedir a un alcohólico que con­temple su interior es como pedir peras al olmo. Puede hacerlo, pero sólo durante breves instantes.
Sin embargo, según el tiempo pasa, esta tarea, por varias razones, es cada vez más fácil.
Primero, la mente del alcohólico comienza a ser más clara. Todos los procesos de pensamiento, entendimiento y control emocional mejoran, solamente porque ya no se los somete a la agresión del alcohol.
Segundo, la abstinencia interrumpe la afluen­cia de muchos de los problemas psicosociales que causa la bebida. Ahora es más fácil hacer frente al último arresto por conducir borracho porque ya no habrá otros. Los problemas dejan de acumu­larse.
Tercero, la realidad, por más duro que le re­sulte al alcohólico creerlo, es que una gran parte de su insatisfacción con la vida era el producto de la propia actitud del alcohólico. En realidad la vida nunca fue tan horrible excepto cuando la bebida la transformó en eso.
Conocimos a una mujer que nos contó su expe­riencia con su padrino de AA. Siempre que le ex­plicaba un problema, obtenía la misma e¿invaria­ble respuesta.
-Es una verdad como un templo -le decía- que la solución de todos nuestros problemas reside dentro de nosotros.
Eso era todo lo que le decía, sin explicaciones ni discusión.
-Espere un momento -gemía nuestra amiga-. He pasado por un fracaso matrimonial, mi jefe me acosa; lo que necesito son consejos prácticos y no sabiduría oriental. Dígame qué debo hacer para solucionar estos problemas.

Transitando por el sendero

Como toda respuesta, él solía sonreír con bene­volencia.
-És una verdad como un templo... -comenzaba otra vez.
-Ya lo sé, ya lo sé -contestaba nuestra amiga-. Bah, déjelo correr.
Al cabo de unos cinco años, jalonados por mu­chos problemas a los que seguía el mismo con­sejo, nuestra amiga experimentó finalmente el destello de la iluminación.
Había estado tratando de resolver varios pro­blemas a través de un método habitual, que siem­pre le suponía muchísimas preocupaciones y la manipulación de personas y situaciones, cuando se le ocurrió. «Un momento», se dijo, «yo ya sabía lo que tenía que hacer desde el principio. ¿Por qué no seguí adelante y lo hice? ¿Por qué primero me tuve que meter en todo este lío?»
Luego un segundo destello la alumbró.
Puede que éste sea mi problema, pensó. Siem­pre hago una montaña de un grano de arena. No me tomo las cosas como son, siempre me las com­pongo para llevarme mal con la gente.
Tal vez, continuaba, por eso me siento tan insa­tisfecha con mi vida. Tal vez yo soy el problema, es decir, mis expectativas, mi manera de tomar las cosas, y no la vida.
Comenzó a actuar con este descubrimiento como guía, como si la solución de sus problemas residiera dentro de ella. Y, efectivamente, pudo resolver muchos de esta manera. Sabía que esto era así porque su vida comenzó a mejorar enseguida.
Parecía el final de una larga guerra entre la al­cohólica y su propia vida.
Esto ilustra un tema importante del Undécimo Paso. La respuesta, si se quiere, a los problemas de la alcohólica estuvo siempre delante de sus ojos. Por eso su padrino insistía en repetirla una y otra vez, de la manera más simple posible, cada vez que la alcohólica le explicaba un problema.
En el Undécimo Paso, se aconseja al alcohólico en recuperación buscar a través de la oración y la meditación un contacto consciente con su Poder Superior. Esto se debe a que el recién descubierto PS no puede ayudarlo a menos que usted se ponga a su disposición.
Esto supone un tipo de escucha activa, a la cual, según indica el Paso, se llega mejor a través de la oración y la meditación.
Para muchos alcohólicos el Undécimo Paso también trae consigo otro aspecto de la recupera­ción largamente abandonado: la mejora de la cali­dad de vida. Esto no se refiere en general a ganar más dinero, conseguir una pareja más atractiva, o cualquier mejora de esa clase. Significa hacer aquellas cosas que hacen la vida más valiosa y sa­tisfactoria para usted.
Cosas como ser de utilidad para otras personas.
O sentirse en plena forma.
O aprender cosas nuevas.
Recuerde que es la calidad lo que cuenta, no la cantidad. No importa cuánto se posee sino qué sa­tisfacciones le aporta.
Las razones son evidentes: si su vida es satisfac­toria para usted, y ha aprendido a sentirse satisfe­cho consigo mismo, tanto como con aquellos que le rodean, sus posibilidades de reincidir son me­nores.
No nos olvidemos: es una verdad como un tem­plo que las soluciones de muchos problemas resi­den dentro de nosotros.

El mensaje

Duodécimo Paso Habiendo experimen­tado un despertar espiritual como resul­tado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a los alcohólicos y de practicar estos principios en todos nuestros actos.
En AA se cuenta el caso del recién llegado que se acerca a su padrino para pedirle que le ayude a comprender el Duodécimo Paso.
-Entiendo la parte que habla de llevar el men­saje y practicar los principios -explicó el recién lle­gado-. Pero no estoy muy convencido de haber ex­perimentado un «despertar espiritual», es decir, eso suena como que Dios te habla o que se te aparece un signo celestial, y nada de eso me ha pasado.
-Mire -le dijo su padrino-. Hace seis meses su vida era un completo desastre, ¿verdad?
-Verdad -concedió el recién llegado.
-Y usted estuvo a punto de perder su empleo, su mujer había visitado un abogado, y el juez es­taba por sentenciarlo a noventa días por conducir en estado de ebriedad, ¿verdad?
-Sí, todo eso es cierto -dijo el recién llegado.
-Y luego usted ingresó en AA -continuó el pa­drino-, dejó de beber y todas esas dificultades co­mienzan a solucionarse, ¿verdad?
-Claro que sí.
-Pues bien -dijo el padrino-. Para un bebedor como usted, eso es un despertar espiritual.
Observemos lo que sucede en la vida de un alco­hólico que llega finalmente a la etapa que llama­mos de la «sobriedad».
Ahora
Normalmente ebrio A menudo enfermo Enfadado, agresivo, deprimido Escaso discernimiento Muchos conflictos personales Quiere que los demás
cambien Casi nunca contento
Clínicamente en peligro
Antes
Sobrio Normalmente bien
Más tranquilo, menos defensivo Decisiones juiciosas Se lleva mejor con los demás
Procura cambiar él A veces francamente feliz
Recupera su salud

El mensaje

Bien, tal vez lo que hemos descrito no consta tuye una seftal de Dios pero sin duda debe de tener algo que ver Ion ella.
La dificultad de tratar el alcoholismo, como otras enfermedades crónicas o incurables, no re­side tanto en comenzar la recuperación sino en mantenerla. El Duodécimo Paso sugiere que la mejor manera de aprender es enseñar.
¿Y quién mejor para aprender que otros que sufre esta misma enfermedad? ¿Quién sino ellos se pueden beneficiar de la experiencia y conoci­miento que usted les puede aportar? No fue sino de este jpnodo en que la idea de fllevar el mensaje» nació y se transformó en parte de la estructura de AA.
Algunos cronistas de AA creen que la mayor contribución de Bill Wilson al nacimiento de AA fue su comprensión de que si un alcohólico dedi­caba tiempo y energía para ayudaría otro a dejar la bebida, luego ese «ayudante» podría dominar la si­tuación aún si el «ayudado» se emborrachaba, ya que él mismo había sido capaz de hacerlo pasando un día más sin probar alcohol. Se trata de una sim­ple y profunda intuici&n.
Llevando a otros el mensaje de sobriedad, el al­cohólico también se lo lleva a sí mismo.
En cuanto a esto, el Dudécimo Paso está curio­samente ligado al Primero. Al ofrecer su ayuda al alcohólico sufriente, el miembro de AA se enfrenta con sus propias experiencias pasadas de impotencia y debilidad, y debe recordar las dolorosas cir­cunstancias que lo llevaron a AA.
Esta es una experiencia crítica ya que es muy humano olvidar una experiencia desagradable tan pronto como se puede.
Imagínese como paciente en una sala de des­habituación al alcohol en un hospital. Padece unos temblores tan intensos que no puede sostener una taza de café. Cree que su estómago dará un brinco hasta la garganta y cada músculo del cuerpo le atormenta. Casi no es capaz de ir por sus propios pies al lavabo.
En medio de este sufrimiento se hace una pro­mesa. «Jamás olvidaré esto, jura. Jamás olvidaré lo mal que me siento. Si alguna vez siento la tenta­ción de beber, este recuerdo me detendrá.»
Al cabo de tres meses, ya repuesto, se sienta en un bar acompañado de un amigo y reflexiona sobre la copa que acaba de pedir.
-¿No será mejor que no la bebas? -le pregunta su amigo-. Recuerda lo que dijiste cuando te die­ron de alta en el hospital.
-Ya lo sé -responde-. Pero no he bebido du­rante bastante tiempo y ya no estoy tan enfermo. Además tampoco estaba tan mal y el alcohol no me dominaba.
Pasan tres meses más y a pesar de todos sus es­fuerzos, está otra vez en el hospital haciéndose la misma promesa.
Esta es la paradoja del alcoholismo, y también de las enfermedades crónicas como las cardíacas, la diabetes y el enfisema.
Cuando está bajo control, el alcohólico ha de­jado de beber, el diabético utiliza la insulina, el enfisémico respira con facilidad, es difícil recordar lo mal que uno lo pasaba cuando no estaba en tra­tamiento.
El Programa de los Doce Pasos prevé esta posi­bilidad sugiriéndole que recuerde la gravedad de su dolencia a través del sencillo procedimiento de recordársela a otros.
En realidad la parte más positiva de los Doce Pasos se encuentra en las últimas palabras del Paso final.
Estas son: «...y de practicar estos principios en todos nuestros actos».
Resumiendo, utilizar las ideas expuestas en los Pasos no sólo con relaciónal alcoholismo sino con relaciófi a todo lo que se haga.
Esto refleja el verdadero origen del Programa de Pasos de AA el cual fue adaptado del Oxford Movement. Este era un grupo de personas de todas las esferas sociales que un día decidieron vivir de una manera más saludable y satisfactoria.
No estaban motivados por los estragos que causa el alcohol sino que sólo se propusieron ser mejores personas.
Evidentemente los Pasos pueden ser emplea
dos en casi todos los aspectos de la vida obser­vando los conceptos que subyacen en cada Paso.
Sabemos de algunos psicólogos que llamarían a esto proyecto de salud mental.
Por lo tanto es útil recordar que los Pasos no se proponen sólo ayudarlo a abandonar la bebida. También lo pueden ayudar a vivir sin la bebida, algo que algunas personas no comprenden.
Un psicoanalista que conocemos nos envió un paciente a nuestra consulta. Esta persona había es­tado en terapia durante cinco años, y había dejado de beber hacía un año por las razones habituales, amenaza de divorcio, pérdida de empleo y cosas semejantes. Acudió a AA durante tres meses, ape­nas dejó de beber pero dejó de asistir tan pronto como dejó de sentirse ansioso por el alcohol. De­safortunadamente un sentimiento casi constante de frustración e insatisfacción con la vida, y espe­cialmente con su propio lugar en ella, no le aban­donaba.
Le sugerimos que volviera a AA.
-¿Para qué? -respondió-. He dejado de beber. ¿Qué sentido tiene ir a AA si no bebo?
-¿Pudo reparar en la cantidad de gente que asiste a esas reuniones? -le preguntamos.
-Claro que sí -nos dijo.
-¿Bebía alguno de ellos?
-No -admitió.
-Entonces, ¿por qué cree que acuden a las reu­niones?
Le dejamos reflexionando sobre esto.
A pesar de que hay muchos alcohólicos que ingre­san en AA y se recuperan, todavía existe una ten­dencia entre algunos observadores de fijarse sólo en aquellos que fracasan en la recuperación.
Es este fenómeno, en combinación con el con­cepto erróneo de que el alcoholismo por alguna razón no es una enfermedad, el que ha estigmati­zado injustamente al alcohólico entre otras vícti­mas de enfermedades crónicas.
El hecho es que desde un punto de vista clí­nico, el alcoholismo no es más difícil de tratar que la diabetes, el enfisema, o las enfermedades car­díacas, y la proporción de recaídas entre alcohóli­cos puede ser en realidad más baja que entre los pacientes de esas otras enfermedades.
Creemos que algún día veremos los principios y la estructura de AA, incluyendo el Programa de los Doce Pasos, adaptados al tratamiento de tales enfermedades. Nuestro criterio es que una rela­ción de autoayuda para enfermos cardíacos podría ser de gran utilidad no sólo a esos pacientes sino también a los médicos que los atienden.
La dificultad con la que se enfrenta la medicina es muy clara y es tan antigua como el mundo. Cuando no podemos curar una enfermedad, nues­tra única esperanza reside en enseñar al paciente a vivir lo mejor que pueda con ella.
El término médico que designa esto es «cola­boración del paciente», como se podría encontrar en la frase «el pronóstico es bastante bueno, de­pendiendo de la colaboración del paciente con el tratamiento».
Este es el aspecto médico de enfermedades crónicas sobre el que no tenemos ningún control.
Sí, el medicamento ayudará, si el paciente lo toma.
Sí, la gimnasia facilitará la respiración, si el pa­ciente la pone en práctica.
Sí, la disminución del estrés y los ejercicios ha­bituales reducirán las posibilidades de nuevo ata­que cardíaco, siempre y cuando el paciente no re­tome sus actividades anteriores.
En el pasado los médicos podían hacer muy poco más que dar algunos consejos a sus pacientes sobre lo que debían hacer y prevenirlos contra las consecuencias si no seguían sus instrucciones.
A veces esto funciona, pero lo cierto es que muy a menudo no tiene ningún efecto. Esta es la causa por la cual muchas personas sufren otro ata­que cardíaco. Esta es la causa por la cual muchos alcohólicos vuelven a la bebida.
Si nos dejan hacer lo que queremos, nos incli­naremos a hacer aquello que siempre hemos hecho.
Es casi como si existiera una especie de «dejar­nos hacer> que lucha contra nosotros cuando de­bemos cambiar. Es como si esta inercia nos empu­jara en la misma dirección que la que habíamos estado siguiendo, incluso si en eso se nos fuera la vida.
AA descubrió que aquello que los alcohólicos no podían hacer por ellos mismos, podían hacerlo si trabajaban juntos. Una enfermedad que se resis­tía a todos los esfuerzos individuales podía ser controlada dentro de un contexto de camaradería y con un sencillo programa de recuperación.
Y eso funcionó y creció hasta llegar a ser lo que conocemos como los Doce Pasos.
Y esto, más que cualquier cosa, es el regalo de AA a la humanidad.