Cómo se pierde el control de la vida

La segunda parte del Primer Paso está relacionada con el descontrol cotidiano.
Como otras enfermedades que afectan al cere­bro, el alcoholismo produce un número de sínto­mas psicosociales que se presentan como proble­mas relacionados con el alcohol.
Estos son muchos yí variados y se acumulan a medida que la enfermedad avanza.
En las primeras etapas el alcohólico tiene rela­tivamente pocos problemas a causa del alcohol, a pesar de que ya está enfermo.
En etapas posteriores, a veces la vida misma pa­rece una cadena de problemas relacionados con el alcohol.
Sin embargo hay algo que nos llama la aten­ción: los alcohólicos, junto a sus familiares, ami­gos, médicos y la mayoría de las personas, tienden a confundir estos resultados del alcoholismo con sus causas.
Supongamos fue observamos un alcohólico que sufre pérdidas de control en las etapas inter­medias de la enfermedad. Con regularidad (aun­que no cada vez que bebe) consume más alcohol. El resultado es que llega a casa con una «tajada» impresionante. Su mujer empieza a creer que se pasa de la raya y se queja de ello.
Ahora bien, si este problema continúa a pesar de sus quejas, la esposa imaginará que su marido ha hecho cierta elección consciente. Ella jamás sospechará que su ni&rido, en otros aspectos, una persona muy competente, puede tener dificulta­des con la bebida.
Tampoco lo sospecha el alcohólico. Igual­mente ella, cree que la bebida en exceso es en gran parte un asunto de ceder a la tentación o de falta de voluntad. Naturalmente, él se enfadará por la opinión que su esposa tiene de él pues cree que no tiene fuerza de voluntad o es un irresponsable. Desgraciadamente no hay manera de resolver este conflicto.
Puesto que el alcohólico pierde el control sobre la cantidad, frecuencia y ocasión de beber, continuará, de un modo cada vez más asiduo, be­biendo más de lo que su mujer cree que debe­ría.
Puesto que ella cree que para su marido sus sentimientos son indiferentes, se enfadará aún más y se volverá hostil en su relación con él.
Luego él llegará a creer que es la hostilidad que ella le muestra la que lo empuja hacia el alco­hol. Ella llegará a convencerse de que él es perso­nalmente responsable de su creciente enfado. Lo que falta es una comprensión del proceso patológico.
Cuando este estancamiento de la relación se extiende para convertirse también en incompatibi­lidad sexual, discusiones familiares y económicas, y en una casi total interrupción de la comunica­ción, es fácil olvidar que estos conflictos son el re­sultado de un alcoholismo desatendido. Si no hay alcoholismo, no hay problemas. Quizás otros pro­blemas, pero no éstos.
Cinco años más tarde, después de un doloroso divorcio, este alcohólico acude a tratarse. ¿Desde cuánto cree él que comenzó a beber en exceso? Con regularidad, desde las últimas etapas de su matrimonio. Olvida, o tal vez nunca entendió, el papel que el alcoholismo jugó en la ruptura de su matrimonio.
Como el alcohol dificulta el funcionamiento cerebral, el alcohólico de las etapas intermedias y últimas descubre que es cada vez más difícil resol­ver algunos aspectos de la vida que antes habría resuelto con facilidad. Atrapado entre la intoxica­ción y su abandono, cada vez menos capaz de beber sin dificultades, sufrirá el alcoholismo en cada aspecto de su vida.
En cierto modo, sufre más, de culpa, preocupa­ción, ansiedad, confusión mental, inseguridad, y un claro malestar físico, cuando no está bebiendo que cuando lo está, lo cual refuerza aún más su creencia de que dejar el alcohol podría acabar con él.
No es raro para un asistente social o un médico encontrarse con un alcohólico que tenga proble­mas matrimoniales, legales, familiares, económi­cos, sexuales, laborales y emocionales, todos al mismo tiempo y que pueden tener su origen en el consumo del alcohol.
A menudo son estos problemas los que moti­van al que fuera en otro tiempo un alcohólico rea­cio a buscar ayuda.
En muchas sociedades, las personas que tienen dificultades para solucionar sus asuntos miran de rodearse de otras cuya misión es solucionarles la vida. Estas personas son jueces, médicos, oficiales de justicia, asistentes sociales y religiosos.
Si usted comprueba que hay una o más de estas personas en su vida a causa de la bebida, eso es un indicador de alcoholismo.
Es importante recordar que en el modflo patoló­gico, la impotencia y el descontrol se entienden como el resultado lógico del avance del alcoho­lismo. Sólo son un estado de alteración fisiológica y su consiguiente efecto a largo plazo en la con­ducta del alcohólico.
De un modo similar, aunque tal vez menos dra­mático, los enfermos de diabetes, los cardíacos, y los pacientes con enfisema experimentan una im­potencia en ciertos aspectos de su vidfi,.
Un enfermo de enfisema debe aceptar la dismi­nución de su capacidad pulmonar, y aprender a vivir con un poco menos de aire.
Un paciente cardiaco tal vez no sabía que su corazón se debilitaba con los años, pero una vez que se lo han diagnosticado debe aceptar la nece­sidad de reducir su trabajo y estrés.
A un diabético no le gusta inyectarse insulina cada día, pero sabe que sin ella no podría sobre­vivir.
En cada ejemplo el tratamiento efectivo de­pende de la disposición individual para admitir el grado y severidad de su enfermedad y reconocer la importancia de tratarla.
Del mismo modo, los alcohólicos aprenden a vivir sin alcohol, lo que no es fácil para muchos de ellos, simplemente porque tienen que hacerlo.
Es necesario porque son impotentes ante el al­cohol y han perdido todo control sobre su vida.

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