Aprendiendo a seguir instrucciones

Tercer Paso Decidimos poner nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios tal como nosotros lo concebimos.
En el Primer Paso el alcohólico admitía que sufría de alcoholismo, una enfermedad progresiva que le quitaba el control sobre el alcohol y sobre su vida.
Este reconocimiento proporcionaba el motivo necesario para trabajar en los Pasos restantes.
En el Segundo Paso el alcohólico elegía un poder más grande que él mismo para darse fuerza y orientación a lo largo del camino hacia la recu­peración. De este modo el Segundo Paso propor­cionaba aquello que la fuerza de voluntad no podía.
Observemos que hasta aquí, a pesar de estos cambios de actitud y de abordaje, no se ha pedido al paciente de alcoholismo que haga nada. El alco­hólico no ha llevado a cabo ninguna acción es­pecífica, no ha efectuado ninguna alteración concreta en su estilo de vida, más allá de (proba­blemente) dejar de beber, y asistir a algunas reu­niones
Parece demasiado fácil para ser verdad. Y en realidad lo es.
Los cambios auténticos comienzan con el Ter­cer Paso. A veces se llama a este el «Paso de la ac­ción».
También se lo ha llamado el Paso «más difícil», e incluso el Paso que «separa a los ganadores de los perdedores». Para entender el porqué, y para conocer la importancia del Tercer Paso en el Pro­grama de los Doce Pasos deberíamos introducir el simple concepto de «seguir instrucciones». Encon­tramos esta frase por todas partes en AA, y por una buena razón. Ella puede ser realmente la clave de los primeros meses de participación.
Muchas personas, entre ellas los alcohólicos, no son muy hábiles para seguir instrucciones. Todos tenemos algún conocido que, cuando re­cibe un regalo navideño que especifíia «para mon­tarlos siga las instrucgiones», se empeña en hacer chapuzas durante una o dos horas antes de deci­dirse a mirar las pautas de montaje que eran el punto por donde debía haber empezado. Para en­tonces, naturalmente, el regalo es undfevoltijo irre-conociblihB
Conocemos personas que consideran un in­sulto personal si se espera de ellos que pidan con­sejo a la hora de emprendej algo. Son las mismas personas que prefieren deambular por las calles de un barrio desconocido antes que preguntar la dirección en una gasolinera. Y no men#s frecuen­temente conocemos a personas que parecen res­ponder sólo al «motivo contrario»: para lograr que hagan algo, sólo es necesario decirles que no lo hagan.
Este atributo normalmente inocuo llega a ser peligroso cuando se refiere a enfermedades poten-cialmente mortales, porque la supervivencia para las víctimas de tales enfermedades puede depen­der solamente de su capacidad y voluntad para se­guir ciertas instrucciones.
No hay una curar;para el alcoholismo. Por lo que sabemos, un alcohólico sigue siendo alcohó­lico desde el día de su diagnóstico hasta el. mismo día que su vida termina. Esto supone que la única alternativa legítima del alcohólico es ser un alco­hólico bebedor o bien un alcohólico sobrio.
Luego el objetivo se transforma en enseñar al alcohólico a mantener pu enfermedad en fase la­tente mediante el uso de tratamientos simples pero efectivos. JEstos tratamientos se administran no a través del médico o del asistente social sino a través del paciente mismo.
Se produce exactamente la misma situación con algunas formas de diabetes. Una vez que el azúcar de la sangre se ha estabilizado, el diabético recibe una dieta, una provisión de insulina para in­yectarse diariamente y un instrumento para con­trolar el azúcar de la sangre. Si el paciente sigue estas instrucciones tiene buenas posibilidades de consolidar una forma de vida satisfactoria, saluda­ble y productiva, a pesar de tener diabetes.'
Nadie llama a los diabéticos y les pregunta si les gusta seguir estas instrucciones; el hecho es que a la mayoría de ellos no les gusta en absoluto y normalmente pasan por un período de resisten­cia al tratamiento. Prueba, en algunos casos, con métodos ingeniosos para eludir la dieta u otras instrucciones.
Sin embargo, si el diabético va demasiado lejos con su engaño, o deja de controlar adecuadamente el azúcar de la sangre, la enfermedad envía un breve «mensaje» en forma de un período de males­tar o tal vez algo mucho más grave. Esta persona eS todavía un diabético y no lo puede olvidar.
Como el diabético, el alcohólico recibe ins­trucciones de AA y de la medicina y se le asegura que tales instrucciones le posibilitarán una convi­vencia tranquila con la enfermedad.
Pero en el momento de seguir estas instruccio­nes, el alcohólico se encuentra frecuentemente en la situación de tener que hacer algo que no quiere hacer en absoluto. Por ejemplo, abandonar amista­des que le gustaría conservar, simplemente por­que sus hábitos alcohólicos amenazarían su sobriedad. Por ejemplo, perderse un crucero por el Caribe que siempre había querido realizar, porque su padrino le dice que es demasiado arriesgado para su recién adquirida abstinencia. Por ejemplo, tragarse el amor propio, renunciando a una ofensa largamente sentida, abandonando algo que desea. Aquí es donde comienza la resistencia. «Claro que dejaré la bebida, insiste, pero no veo por qué debo hacer todas estas otras tonterías.»
El Tercer Paso es un reconocimiento directo de la necesidad del alcohólico de tomar una decisión consciente de seguir ciertas instrucciones. Ello significa que usted está dispuesto a seguir aquellas instrucciones que no le gustan tanto como aque­llas que le complacen.
Así de simple: como se ha sentido impotente respecto a esta enfermedad, ha buscado ayuda fuera de usted mismo, y ha identificado un Poder Superior que creyó le podía conducir a la salud. Ahora debe entregar su voluntad y su vida a ese Poder. Después de todo, ¿de qué sirve un Poder Superior si no lo usa? Y, ¿de qué sirven los dos pri­meros Pasos sin abordar el Tercero?
He aquí la respuesta: no sirven absolutamente para nada.
Tal vez pueda entender por qué este Paso es tan decisivo, e incluso tan difícil para algunos al­cohólicos. Supone no sólo vivir su vida de una ma­nera diferente, sino también que otras personas le den instrucciones que usted luego sigue, incluso si a veces son contrarias a sus propios deseos o conveniencia.
En cualquier grupo de cincuenta personas se­leccionadas al azar, probablemente habrá unos pocos individuos que son competentes para seguir instrucciones. Luego habrá otro grupo más nume­roso que es a veces competente dependiendo de la dirección del viento. Finalmente habrá una ma­yoría que lisa y llanamente no soporta que se le diga qué hacer o qué medidas tomar.
¿Qué grupo cree usted que tiene más dificulta­des con la recuperación, ya sea del alcoholismo, diabetes o enfermedades cardiacas?
Lo ha adivinado.
Aunque parezca extraño algunas personas creen que la frase fundamental en este Paso es «Dios tal como nosotros lo entendemos». No esta­mos de acuerdo. Creemos que la clave de este Paso reside en la comprensión de lo que significa «poner nuestra voluntad y nuestras vidas». Nuestra impresión es que la frase «tal como nosotros lo en­tendemos» está recalcada porque en realidad no importa, al considerar este Paso, quién o qué cree usted que es Dios. Esto además subraya la natura­leza espiritual (más que religiosa) del Programa mismo.
Si ha descubierto un Poder Superior en el que cree, y comienza a entregar su voluntad y su vida a ese Poder, entonces el Paso tiene que producir re­sultados para usted.
Prometimos contar la historia de un alcohólico cuyo Poder Superior era un objeto inanimado.
Conocimos una persona cuyo trabajo era con­ducir su camión de aquí para allá todo el día yendo de un lugar a otro. Lo estaba pasando muy mal con los Pasos Segundo y Tercero porque no podía convencerse de la conveniencia de creer en ningún tipo de Poder Superior y mucho menos en­tregarle nada. Pero estaba afligido por cientos de problemas que le preocupaban constantemente mientras conducía su camión de un sitio a otro.
Su padrino le dijo que ya que no podía librarse de estas inquietudes, siguiera el siguiente procedi­miento: cada vez que una de estas preocupaciones lo asaltara mientras conducía, debía aparcar, apun­tar el problema en un trozo de papel y meterlo en la guantera. Eso le permitiría, al menos por un tiempo, desembarazarse de ese problema con­creto.
Algunos meses después, cuando ya había lle­nado y vaciado su guantera ocho o nueve veces, se dio cuenta con admiración que había estado «en­tregando cosas» durante todo el tiempo, y que su Poder Superior era la guantera de su camión.
En realidad no importa quién o qué puede ser su PS. Sólo importa que aprenda a usarlo.

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